11.
El teléfono comienza a sonar, poco a poco mis sentidos van cobrando mayor agudeza y me permiten abrir los ojos. Con un poco más de esfuerzo unos segundos después consigo incorporarme y llegar a coger el teléfono.
- ¿Sí? – Dije aún dormida.
- ¡Hola cielo! Soy yo, ¿seguías dormida? – Era su voz.
- ¡Hola cariño! Sí, lo siento, por tardar en cogerlo no me daba cuenta de que estaba sonando – Me justifiqué.
- No pasa nada, hoy tenía que venir solo yo a trabajar y quería darte una pequeña sorpresa para que te levantarás contenta. ¿Qué te parece si cuando salga de aquí te voy a buscar a casa y nos vamos a almorzar fuera? – Propuso.
- Me parece una idea genial. Lo mejor será que me vaya a la ducha enseguida entonces – Sonreí.
- ¡¡Genial!! Nos vemos dentro de dos horas – Prometió.
- Claro que sí, avísame cuando vayas a venir – Contesté.
- Vale. Ah, por cierto... mira dentro del armario, te he dejado un regalito que me gustaría que llevaras hoy, ya me contarás que te parece, ¿vale? – Dijo.
- ¿Un regalo? ¡Qué bien! Pues voy a la ducha para probármelo, nos vemos después. – Me apresuré a colgar.
- Oye… – Retrasó él.
- Dime.
- Te quiero princesa – Fue su respuesta.
- Y yo cariño mío – Fueron mis últimas palabras.
Más emocionada que nunca salté de la cama y corrí hasta el baño. Ya no me acordaba que unos minutos antes estaba completamente dormida y que había que despertarse. Me duché lo más apresurado que pude, y me empecé a secar el pelo, quería hacerme un peinado especial para este día, así que eso hice: me alisé el pelo, y me puse unas pequeñas ondas al final del mismo. Una vez concluida la peluquería me dirigí a mi armario y ahí estaba el regalo que me había dicho Adam: un precioso vestido corto de color violeta. Era sencillo pero muy bonito a la par que elegante, era una auténtica maravilla. Tras terminar de vestirme me volví hacia el baño para darme el único toque: el maquillaje.
Pasó el tiempo más rápido de lo que pensaba y enseguida comenzó a sonar de nuevo el teléfono. – Ese es él – pensé. Efectivamente, era él que estaba esperándome en la puerta de casa.
Bajé las escaleras como el primer día que nos conocimos, lo más apresurada posible, ya que los tacones que calzaba me impedían moverme con total agilidad, sin embargo, eso no importó para que tres segundos más tarde me encontrara en el portal recuperando el aire desde de la carrera. Después de haber cogido un poco de aliento y evitando que se notara mi respiración forzada salí a la calle en su encuentro.
- Sabía que te iba a quedar genial ese vestido, ¿te gusta? – Preguntó con una sonrisa encantadora.
- ¿Crees que sino me gustara lo llevaría puesto? – Hice otra pregunta.
- Puede que te lo pongas por compromiso porque te lo dije antes – Siguió sonriendo.
- No, nada de compromiso. Me gusta muchísimo y lo sabes perfectamente. – Sonreí yo también.
- Sí, lo que pasa es que a mí también me gusta que me lo diga. – Dijo guiñándome un ojo. – Anda sube que tenemos la reserva y no podemos llegar tarde.
Y no hizo falta más en unos segundos ya estábamos dirigiéndonos a nuestros lugar de destino. Ese que no sé ni cuál es, ni lo lejos que puede estar. Sin embargo, yo me dejaba llevar por él. Dejamos la bulliciosa ciudad y el barullo de la autopista y nos dirigimos a una zona que era cada vez más verde y más frondosa. Bajé las ventanillas del coche y empecé a respirar el aire puro que se colaba por ellas mientras no parábamos de reír y de hablar. Llegamos hasta un pequeño camino que dirigía hacía un sitio poco común.
- Espérame aquí – Me dijo y se bajó del coche. A los segundos apareció por mi lado y me abrió la puerta. Como era costumbre, llevaba una venda en la mano. – Ven sal, déjame ponerte esto.
- ¿Por qué siempre me haces lo mismo? – Resoplé.
- Porque entonces no sería una sorpresa – Pude ver su sonrisa antes de colocarme la venda.
Con un poco de dificultad me fue guiando por el camino de piedras que había:
- ¿Por qué no me avisaste? Es que no puedo caminar con estos tacones por aquí y me voy a matar lo estoy viendo – Dije con el tono algo alto.
- Pues espera que te llevo yo – Y en ese momento noté que mis pies se despegaban del suelo y que sus manos me rodeaban muy fuerte. Al cabo de unos minutos me soltó y volví a pisar tierra firme.
- Vale ahora puedes quitarte la venda – Dijo. En ese momento yo me quité la venda como pude. La vista era de una casa-hotel en medio de la naturaleza que era más que espectacular.
- ¡No sé dónde encuentras estos sitios siempre! ¡ES GENIAL! – Sonreí mientras me tiré a abrazarle. - ¿Sabes? Esto es como el cielo, es que es mágico.
- Pues, ¿sabes? Bienvenida a mi cielo. – Contestó.
El teléfono comienza a sonar, poco a poco mis sentidos van cobrando mayor agudeza y me permiten abrir los ojos. Con un poco más de esfuerzo unos segundos después consigo incorporarme y llegar a coger el teléfono.
- ¿Sí? – Dije aún dormida.
- ¡Hola cielo! Soy yo, ¿seguías dormida? – Era su voz.
- ¡Hola cariño! Sí, lo siento, por tardar en cogerlo no me daba cuenta de que estaba sonando – Me justifiqué.
- No pasa nada, hoy tenía que venir solo yo a trabajar y quería darte una pequeña sorpresa para que te levantarás contenta. ¿Qué te parece si cuando salga de aquí te voy a buscar a casa y nos vamos a almorzar fuera? – Propuso.
- Me parece una idea genial. Lo mejor será que me vaya a la ducha enseguida entonces – Sonreí.
- ¡¡Genial!! Nos vemos dentro de dos horas – Prometió.
- Claro que sí, avísame cuando vayas a venir – Contesté.
- Vale. Ah, por cierto... mira dentro del armario, te he dejado un regalito que me gustaría que llevaras hoy, ya me contarás que te parece, ¿vale? – Dijo.
- ¿Un regalo? ¡Qué bien! Pues voy a la ducha para probármelo, nos vemos después. – Me apresuré a colgar.
- Oye… – Retrasó él.
- Dime.
- Te quiero princesa – Fue su respuesta.
- Y yo cariño mío – Fueron mis últimas palabras.
Más emocionada que nunca salté de la cama y corrí hasta el baño. Ya no me acordaba que unos minutos antes estaba completamente dormida y que había que despertarse. Me duché lo más apresurado que pude, y me empecé a secar el pelo, quería hacerme un peinado especial para este día, así que eso hice: me alisé el pelo, y me puse unas pequeñas ondas al final del mismo. Una vez concluida la peluquería me dirigí a mi armario y ahí estaba el regalo que me había dicho Adam: un precioso vestido corto de color violeta. Era sencillo pero muy bonito a la par que elegante, era una auténtica maravilla. Tras terminar de vestirme me volví hacia el baño para darme el único toque: el maquillaje.
Pasó el tiempo más rápido de lo que pensaba y enseguida comenzó a sonar de nuevo el teléfono. – Ese es él – pensé. Efectivamente, era él que estaba esperándome en la puerta de casa.
Bajé las escaleras como el primer día que nos conocimos, lo más apresurada posible, ya que los tacones que calzaba me impedían moverme con total agilidad, sin embargo, eso no importó para que tres segundos más tarde me encontrara en el portal recuperando el aire desde de la carrera. Después de haber cogido un poco de aliento y evitando que se notara mi respiración forzada salí a la calle en su encuentro.
- Sabía que te iba a quedar genial ese vestido, ¿te gusta? – Preguntó con una sonrisa encantadora.
- ¿Crees que sino me gustara lo llevaría puesto? – Hice otra pregunta.
- Puede que te lo pongas por compromiso porque te lo dije antes – Siguió sonriendo.
- No, nada de compromiso. Me gusta muchísimo y lo sabes perfectamente. – Sonreí yo también.
- Sí, lo que pasa es que a mí también me gusta que me lo diga. – Dijo guiñándome un ojo. – Anda sube que tenemos la reserva y no podemos llegar tarde.
Y no hizo falta más en unos segundos ya estábamos dirigiéndonos a nuestros lugar de destino. Ese que no sé ni cuál es, ni lo lejos que puede estar. Sin embargo, yo me dejaba llevar por él. Dejamos la bulliciosa ciudad y el barullo de la autopista y nos dirigimos a una zona que era cada vez más verde y más frondosa. Bajé las ventanillas del coche y empecé a respirar el aire puro que se colaba por ellas mientras no parábamos de reír y de hablar. Llegamos hasta un pequeño camino que dirigía hacía un sitio poco común.
- Espérame aquí – Me dijo y se bajó del coche. A los segundos apareció por mi lado y me abrió la puerta. Como era costumbre, llevaba una venda en la mano. – Ven sal, déjame ponerte esto.
- ¿Por qué siempre me haces lo mismo? – Resoplé.
- Porque entonces no sería una sorpresa – Pude ver su sonrisa antes de colocarme la venda.
Con un poco de dificultad me fue guiando por el camino de piedras que había:
- ¿Por qué no me avisaste? Es que no puedo caminar con estos tacones por aquí y me voy a matar lo estoy viendo – Dije con el tono algo alto.
- Pues espera que te llevo yo – Y en ese momento noté que mis pies se despegaban del suelo y que sus manos me rodeaban muy fuerte. Al cabo de unos minutos me soltó y volví a pisar tierra firme.
- Vale ahora puedes quitarte la venda – Dijo. En ese momento yo me quité la venda como pude. La vista era de una casa-hotel en medio de la naturaleza que era más que espectacular.
- ¡No sé dónde encuentras estos sitios siempre! ¡ES GENIAL! – Sonreí mientras me tiré a abrazarle. - ¿Sabes? Esto es como el cielo, es que es mágico.
- Pues, ¿sabes? Bienvenida a mi cielo. – Contestó.
Continuará...