lunes, 28 de junio de 2010

La historia de nuestro amor.

Nueva tarde. Otra de nuestras tardes juntos. Sin prisas, sin agobios, sin nada que nos importe más que el momento en el que vivimos ahora. Un parque, sí, como la última vez, pero no es el mismo, es otro. Está en un lugar mucho más alejado del anterior, pero igualmente hermoso. Todos los sitios son así si tú apareces en ellos. Como si de un sueño se tratara.

Preparar la cámara, uno de nuestros hobbies que cada día roza más allá de la afición. Me preparo, me pongo mis puntas de ballet. Esas que me compré especialmente para sacar fotos. Me das un par de indicaciones y empieza lo que llamamos sesión. Sin embargo, no con mucho ánimo, decidimos tumbarnos sobre el césped. Como solemos hacer siempre.

- ¿Sabes? No sé qué haces pero me encanta. – Me dijo.
- No sé a que te refieres la verdad, ¿qué se supone que hago? – Pregunté un poco extrañada.
- Si te soy sincero, ni yo mismo sé qué haces, como ya te dije antes, pero tu forma de ser, tu forma de ser conmigo, me tiene enamorado. Sin duda, nunca pensé en llegar a esto. – Sonríe.
- Pues no sé qué decirte la verdad, mi forma de ser nunca ha estado al agrado de todos, o por lo menos de la mayoría de las personas que me importaban o importan, porque soy demasiado impulsiva y puedo decir cosas que hacen daño sin darme cuenta. Además, que hay gente que aguanta más y otras menos y, por lo general, siempre han aguantado menos. – Me reí.
- La verdad, es que no me lo puedo llegar a creer. Hace unos meses veía tus fotos y pensaba en que eras preciosa, pero ya, después, el día que nos vimos… fue un día increíble. Es más, no te hacía así. – Me respondió.
- ¿No me hacías así, cómo? ¿Así de fea? Sí, las fotos favorecen más, en realidad se pierde. – Dije mientras sonreía.
- Jajajajaja, no seas idiota. Me refería a que te hacía más bajita. No sé en la fotos no parecías tan alta, de ahí que siempre te llamará enana, aunque aún así, aunque seas alta y tengas un año más, sigo llamándote enana. – Consiguió decir entre risas.
- Ya te dije que no era ninguna enana. – Dije, fingiendo estar molesta.
- Venga, va, no te pongas así, que tú sabes que son bromitas – Contestó con esa sonrisa que sólo él sabe poner.

Le sonreí. Me sonrío. Me acerqué más a él, reduciendo el poco espacio que quedaba entre nuestros cuerpos para así poderme sentir más protegida. A salvo de cualquiera que pueda acceder a esto. Pero no. Eso es imposible. Hemos creado una esfera, como pocas existentes. Una esfera capaz de protegernos a él y a mí. Ante los posibles peligros y ante cualquier tipo de bache. Siempre estamos ahí. Siempre conseguimos salvarlo.

No sé porqué, pero me sentía volar, me sentía como si estuviera en una nube. Algo extraño puesto que el césped en el que nos encontrábamos no estaba del todo cuidado. Pero había algo que hacía que me sintiera muy lejos, sí, muy muy lejos. Como en ese libros, sí, ese en el que decía que era capaz de estar a “tres metros sobre el cielo”. Me sentía como los protagonistas de esa novela que tanto me fascinó.

Entre risas y bromas. Entre conversaciones más serias, nos vamos conociendo poco a poco, cada vez más, hasta el punto de llegar a tener una conexión tal que somos capaces de hasta leernos los pensamientos. Y no es muy común que pase. Además, nunca he sido de las que creen en las casualidades, como escuché una vez en una serie cuando era pequeña: “No existen las casualidades sólo existe lo inevitable”. Y sí, creo en eso. Tampoco creo en el destino, pero ¿y si estamos aquí por alguna razón en especial? ¿Si estamos realmente destinados? Entonces se dio cuenta. Y se quedó fijamente mirándome. Sabe perfectamente que cuando hace eso me pone muy nerviosa:

- ¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así? – Le pregunté, intentando salir de dudas.
- No sé, dímelo tú, te notaba algo… pensativa, ¿me equivoco? – Preguntó, aunque en el fondo sabe perfectamente que tenía razón.
- Pues sí, pensaba que aunque no crea en el destino ni en las casualidades puede que lo de estar juntos signifique algo. Me refiero a que puede que tenga una razón concreta. Que haya un trasfondo en todo esto, pero no sé exactamente cuál, y estaba buscando una solución a ese "problema", pero bueno, ¿sabes? No me importa. Esto va bien, seguimos bien, no hemos tenido peleas, nos conocemos muy bien y sabemos perfectamente lo que nos gusta y lo que no, además, pocas personas llegan a conocerme de verdad y tú creo que me conoces bastante. Aunque para tu desgracia te queda mucho por conocer. – Le expliqué con detalle lo que pensaba.
- Pues ¿sabes? Yo en el fondo lo siento por ti. Sí, no me mires con esa cara. Lo siento, porque tienes que aguantar a un pesado como yo. – Me dijo.
- ¿Sabes lo que te digo? Es un sacrificio que estoy dispuesta a hacer. – Le contesté mientras le sonreía.

Entonces ahí se acabó nuestra jornada. No, sin antes darme un beso, tras la eminente declaración de amor que le acababa de demostrar con esa simple frase final. Corta, pero intensa, cargada de significado. Y como siempre, llegó la hora de marcharnos, la hora de volver a casa para pasar un día más en el que podamos regresar y contar nuestra historia al día siguiente, una vez más. Para volver a escribir en hojas en blanco la historia de nuestra vida. La historia de nuestro amor.

domingo, 6 de junio de 2010

Observar las formas de las nubes.

Otra noche más. Una noche cualquiera, ¿a quién le interesa más detalles? Vale, diré algo más, una noche de Junio, se respiraba ya el ambiente a verano, a vacaciones, a libertad.
Otra vez esa playa. La playa de nuestras fantasías. Nuestra más fiel compañera de juegos y de carcajadas. Ella y nosotros.
No era un gran día, no hacía un gran tiempo. Estaba todo nublado y un poco gris, sin embargo, nosotros parecíamos pintarlos con los colores más bellos que teníamos en nuestras paletas de pintores.
La arena, negra y caliente, se comportaba como nuestra cama. Nuestra confortable cama en la que nos acomodábamos para observar el cielo. Ese cielo lleno de nubles pero que de pronto, aparecía un rayo de sol tímido. Uno de los últimos que ya quedaban en el cielo.

- Vamos a observar las formas de las nubes. - Propuso.
- ¿Qué formas? Está todo tan nublado que ni siquiera se puede ver una mínima forma ahí arriba. - Rebatí la propuesta.
- Pero mira, ¿ves eso? - Preguntó.
- No, ya te he dicho que no veo nada. - Contesté.
- Bah, mira, fíjate es un dragón y mira ahí hay otro. ¿No ves ese flotador de ahí? - Dijo, mientras sus dedos dibujaban formas imaginarias.
- Pero ¿qué estás diciendo? Yo no veo nada. - Comenté.

Y él seguía y seguía buscándole formas a las nubes, a esas nubes que no tenían forma pero que gracias a su imaginación, como si de un niño pequeño se tratase, dibujaba con sus dedos. Cada vez formas más peliculiares, formas totalmente disparatadas y locas que hacían que no pudiera parar de reír. Eso me gustaba. Reír.

- ¿Te has dado cuenta de que esta playa está desierta? - Indagó entre mis pensamientos.
- Sí, me había fijado hace un rato, es raro verla así. - Dije.
- ¿Sabes? Esto no lo había hecho con nadie antes. - Contestó mientras su mirada se fijaba en mí.
- ¿El qué exactamente? - Le miré yo también.
- Estar en la playa, a esta hora, acostado en la arena como si se tratase de otra cosa, mirando al cielo que a decir verdad no está muy bonito hoy, pero ¿para qué quiero ver el cielo teniendo a una estrella a mi lado? - Preguntó.
- Es verdad, odias la arena - Sonreí. - En cuanto a lo que soy una estrella, creo que te he cegado demasiado y ya no distingues entre lo normal y lo bello. Soy normal, muy normal. - Contesté.
- No eres solo normal, eres única, jamás había conocido a alguien así. Eres princesa. Princesa de mi reino. - Sonrió de nuevo.

En ese instante no me pude resistir a esas palabras que había pronunciado. Concretamente a esa palabra que tanto me encantaba. La única que consigue hacerme derretir por completo. Le besé. Le besé como si nunca lo hubiera hecho. Con ternura, con delicadeza, pero también con pasión. Con mucha pasión. Nos fuimos abandonando, escuchando sólo nuestra respiración, entrecortada por los besos que nos estábamos brindando, y, también, el mar. El rugir de las olas, el sonido que producen al romper.

- Eres increíble. - Le dije.
- Ya, claro, a ratos. - Respondió.
- ¿Por qué nunca me crees? - Pregunté un tanto molesta.
- Por qué se lo que sientes. - Afirmó.
- Dudo mucho que lo sepas, porque es mucho más de lo que cabes a imaginar. Tengo miedo de cada paso que doy, lo sé, pero eso no quita cuáles son mis sentimientos. - Me sinceré.
- Ah, ¿sí? ¿Y cuáles son tus sentimientos? - Quiso saber.
- Te quiero y te amo. Se resume en eso, porque la palabra que define lo que siento por ti, todavía no se ha inventado. - Fue mi respuesta.

No respondió, tan sólo me miró, sonrió y me volvió a besar. Se puso en pie enfrente de mí, invitándome con su mano a que yo también me levantara. Entonces, se colocó detrás mío. Apoyó su barbilla en mi hombro, y me susurró al oído:

- Si tú me quieres como ese charco de ahí. - Dijo mientras señalaba a un pequeño charco que se formaba entre las rocas. - Yo te quiero como ese charco de ahí. - Prosiguió explicando mientras señalaba al inmenso mar.
- Sigo repitiendo que estás equivocado en cuanto a lo que crees que te quiero. - Me expliqué.
- Bueno, pero aún así, yo siempre te querré más que tú a mí. - Dijo.
- No me busques... que me encuentras. - Bromeé mientras sonreía.
- Mira, ¿ves el horizonte? - Preguntó.
- Sí. - Afirmé.
- ¿Ves que tenga final? - Otra pregunta más.
- No, el horizonte es infinito. - Dije.
- Pues como esto que estamos viviendo. - Finalizó.

Y paseamos juntos por la playa, juntos, de manos, uno al lado del otro. Dejándola atrás con cada unos de nuestros pasos. Dejándola sola para otro día seguir escribiendo nuestra historia.