viernes, 24 de diciembre de 2010

Un golpe de suerte. Décima parte.

10.
Despertarse de nuevo, esta vez metida entre las sábanas, sin embargo, no recuerdo muy bien porqué acabé aquí, lo único que recordaba de ese día era que estaba con Adam en la terraza viendo el maravilloso amanecer. Ahora, por el contrario, me encontraba en mi habitación, algo oscura ya que las persianas están cerradas, tapada con la manta y sin él. Creo que de toda la situación, ese gran detalle es el que marcaba la diferencia y el que me perturbaba por dentro. Conseguí desperezarme y busqué por toda la habitación algún indicio de que su presencia estuviera cerca, pero nada, vacío y silencio. Comencé a angustiarme, porque no sabía muy bien dónde podría haber ido, Me dirigí hasta el baño en su busca, pero, tampoco conseguí sacarme de dudas. Es más, ahora mismo tenía más los nervios a flor de piel.

Ya como única solución se me ocurrió la vía fácil y uno de los grandes inventos de la nueva era: el móvil. Rebusqué entre mi bolso y entre mis pertenencias en su búsqueda hasta que por fin lo encontré. Seguidamente, me puse a buscar su número en la agenda telefónica, pero… nada, vacío, no había ninguna señal de su nombre, ningún contacto que se llamara Adam, nada que pudiera sacarme de dudas y sobretodo, conseguir calmarme.

A lo mejor ha ido a su apartamento en busca de algo. Me puse lo primero que encontré por la habitación y salí muy rápidamente escaleras arribas en su búsqueda. Ya una vez por fuera de la puerta llamé al timbre que había a un lado. Me abrió una chica con el pelo oscuro y un poco largo, con fleco hacia un lado que me observaba de arriba abajo con una cara extrañada.

- Perdón… eh… ¿Quién eres tú? – Le pregunté más extrañada si cabe.
- Perdona, más bien será, quién eres tú o a quién buscas… - Me dijo con un tono un poco molesto.
- Busco a Adam. – Expuse rápidamente.
- Ah, sí, espera, ahora sale. – Contestó con pocas ganas.

A los minutos su cuerpo se asomó por la puerta y me miró también algo extrañado:

- Hola, soy Adam, ¿qué desea? – Quiso saber.
- Adam, soy yo Erleen, ¿cómo que qué desea? – Reaccioné ya impulsivamente.
- Perdón, creo que se ha confundido de persona, yo a usted no la conozco de nada señorita. – Contestó cerrando la puerta sin dejarme decir nada más.

Desesperada me dirigí hasta mi apartamento y me metí en la cama a llorar. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué había ocurrido para que de un momento a otro la persona que amaba, o más bien, que amo ya no se acuerde de mí? ¿Qué ha ocurrido para que todo me vaya mal? ¿Y qué ha ocurrido para que él haya vuelto con ella, con esa que tan solo le ha hecho daño?

Con este pensamiento me desperté bañada en lágrimas en mi cama. Todo había sido una odiosa pesadilla. Me encontraba en la misma situación: en mi habitación, tumbada en la cama y tenía las persianas bajadas, sin embargo, el gran detalle que no aparecía en mi sueño, o, más bien, en mi pesadilla, era que él estaba ahí a mí lado, junto a mí, entonces respiré tranquilamente.
Continuará...

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Un golpe de suerte. Novena parte.

9.

Nuevas experiencias pero, además, nuevas sensaciones y nuevos deseos. Ya eran las cuatro de la madrugada y decidimos quedarnos ahí, en la terraza tumbados en la misma hamaca, acurrucados uno al lado del otro, protegidos del frío por la manta que anteriormente nos había acompañado en el sofá.

- ¿En qué estás pensando ahora mismo, cielo? – Me preguntó rompiendo el silencio.
- Pues… la verdad, que si te soy sincera no pensaba en nada, tan sólo me fijaba en las estrellas y en la luna, como poco a poco se desplaza para ponerse y pensando en que dentro de unas horas el sol saldrá por ahí – Contesté señalando hacia el horizonte.
- ¿Solo piensas en eso? – Me dijo un poco dubitativo.
- ¿Por qué tendría que estar pensando en algo más? ¿Qué te hace pensar eso? – Pregunté yo.
- No sé, te noto muy callada después de lo que acaba de pasar, y no sé, puede que no te haya gustado, puede que hayas creído que íbamos demasiado deprisa, puede que… - No le dejé continuar e interrumpí sus palabras con un beso. Un beso largo, parecido a los que nos dimos hace rato, sin embargo, este era más lento, más suave, más delicado.
- ¿Responde eso a lo de que si me ha gustado o no? No sé porqué te has planteado, aunque sea mínimamente que no me ha gustado, creo que he demostrado lo contrario, pero bueno, si así te queda más claro… – Respondí con una sonrisa.
- Sí, ahora está todo mucho más claro. – Contestó también con una sonrisa.
- Ahora bien, ¿en qué piensas tú? Siempre me andas preguntando qué pasa por mi mente, pero en realidad me gustaría saber qué pasa por la tuya. – Pregunté muy decidida.
- Pues… la verdad, que si te soy sincero no pensaba en nada tan sólo… - Otra interrupción por mi parte.
- No vale copiarme, no vale decir lo mismo que yo, ahora quiero que realmente digas, de verdad y con sinceridad en qué piensas, porque sé que lo haces, porque te conozco, porque lo sé todo de ti y sé cómo eres, para tu desgracia o para tu fortuna… - Le expliqué.
- Wow, creo que alguien está molesta – Dijo con musicalidad.
- No, no estoy molesta, tan solo era porque quería saber que era lo que rondaba por tu mente, ¿tan malo es? – Pregunté mientras le miraba fijamente a los ojos.
- Ains, Erleen, tú y tu forma de persuadirme… En realidad, sí, pensaba en que nunca había sentido nada igual, pensaba en que es genial esto que me haces sentir, y que es genial lo que acaba de ocurrir entre nosotros. Nunca antes había disfrutado tanto hablando o simplemente estando con la gente. Estaba pensando, o más bien, recordando, todo lo que hemos pasado, todo lo que hemos vivido, todo lo que es nuestra historia, nuestra burbuja y nuestra esfera perfecta, y la cual no quiero que nadie la rompa. – Contestó muy decido, tanto que hasta me dejó un poco asombrada.
- Wow, ¿ves? No era tan difícil – Le dije sonriendo para molestarle un poco. – Es broma, me has dejado sin palabras la verdad, pero eso no es de extrañar, ya lo has conseguido muchas veces. Quedará un tanto repetitivo, e incluso, algo extraño después de que tú mismo me hayas dicho todas estas palabras tan maravillosas para mis oídos, pero yo también he estado pensando mucho hoy en todo lo que hemos construido en todo lo que hemos hablado y todo lo que hemos pasado. La verdad que cada momento ha sido único, y sin duda siempre hay un día mejor que el anterior pero peor que el que vendrá, contigo se cumple eso. Puede que te resulte raro que te lo diga ahora, y que no te lo suela demostrar muchas veces, pero sé que te quiero y sé que te quiero a ti y me cuesta muchísimo hacer grandes demostraciones porque me han hecho daño, mucho daño y es la forma que tengo de protegerme. Sí, lo sé, sé lo que piensas “¡pues vaya asco!” Sí, lo sé es un asco porque yo te quiero y yo soy muy demostrativa pero… siento que no puedo. – Me sinceré yo.
- Wow, ahora eres tú quién me dejas sin palabras, ha sido genial eso que has dicho. Eres genial tú. – Me dijo mientras me daba un beso suave en la frente.

Y poco a poco las horas fueron pasando casi sin darnos cuenta nos mantuvimos en un silencio tranquilizador, acompañado de la brisa del mar que ayudaba a refrescarnos los pensamientos. Pasaron tantas horas que al final conseguimos ver lo que yo había anunciado hacia un tiempo: el amanecer. Sin lugar a dudas ver un amanecer es lo más bonito que puedes hacer, además, con estas maravillosas vistas, sin embargo, si a esto le sumamos un plus, un pequeño “más” ya puede tornar a ser perfecto y algo único. Ya si lo observas con la persona a la que amas, como es mi caso, ya deseas que el tiempo se pare y que puedes disfrutar mucho más esos escasos minutos que tarda en salir el Lorenzo.


Continuará.


---------------------------------------------------------------

Horrible, lo he dejado todo tirado, lo siento de verdad, espero que les guste este nuevo capítulo, un beso a todos los que leen :)

jueves, 7 de octubre de 2010

Un golpe de suerte. Octava parte.

8.

Me desperté en medio de una intensa luz azul, poco a poco, conseguí que mis ojos se acostumbraran a ella y, por fin, pude ver todo con mayor nitidez: La película había terminado, nosotros en el sofá con la manta algo caída por los suelos, muy abrazados para darnos calor y unos restos de comida por la mesa de centro, aparte de las bebidas que había tomado esa noche. Poco a poco me fui levantando, muy lentamente para no despertarle, recogí un poco la mesa, le tapé perfectamente para que tuviera calor y apagué la televisión.

Me dirigí a la cocina a dejar las cosas, de paso pude observar la hora que era, gracias al reloj del microondas: 2:00 am. ¡Madre mía! ¿Todavía son las dos? No tenía sueño y me dolía muchísimo la cabeza, así que decidí ir hacia la terraza y coger un poco de fresco nocturno, para ver si de esa forma mi cefalea iba en descenso. Me apoyé en la barandilla del balcón y contemplé la hermosa vista que tenía delante. Pocas casas y poca luz; vivimos en un sitio apartado y tranquilo, pero siempre y ante todo de cara al mar. La brisa marina siempre ha conseguido relajarme desde mi niñez, y en mi adolescencia formó una parte vital en mí: esos largos paseos en la playa para olvidar cosas pasadas. Además, debido a la poca contaminación lumínica que nos rodea, podemos disfrutar de una maravillosa panorámica de estrellas, con sus luces más o menos intensas, y alguna que otra estrella fugaz, y, como no, una enorme y hermosa luna en todo lo alto.

Y mientras miraba detenidamente todo el paisaje que tenía frente a mí y absorta con esos pensamientos, algo me sacó de mi ensueño, algo que no me asustó en absoluto, es más, que lo necesitaba: sus brazos poco a poco rodeando por la cintura y permitiéndole colocarse detrás de mí, siempre, desde que era tan sólo era una cría que comenzaba a tener novios le ha encantado esa muestra de cariño, es una de las mejores sensaciones que he tenido jamás. Por un lado, de delicadeza y de sentimiento y, por otro, de protección, esa que sólo él consigue garantizarme.

- ¿Estás bien, princesa? Te noto algo extraña desde que salimos en el hospital – Quiso indagar entre mis pensamientos.
- La verdad que no sé exactamente como estoy, sin contar con el dolor de cabeza tengo una sensación extraña y si lo contamos pues… obviamente que me encuentro mal, esto cada vez me está agobiando más, ¿por qué no paro de tener estos dolores? De verdad, no lo entiendo… – Contesté con total sinceridad.
- Ya… me imagino, eso de ver a James no te ha sentado muy bien, me imagino, ¿no? Pero no te preocupes, es normal, aunque bueno, ahora me tienes a mí ¿Para qué quieres más? – Me dijo mientras me sonreía.
- Claro que sí, no quiero, pero sobretodo, no necesito nada más, contigo estoy más que saciada – Respondí yo también con una sonrisa.

Entonces me besó en el cuello, un escalofrío me invadió todo el cuerpo y eso se notó notablemente en mi piel, roté sobre mí misma hasta estar de frente a él. Sus manos poco a poco se fueron despegando de mi cuerpo para apoyarlas en la barandilla y dejarme, de esta forma, atrapada entre sus brazos. Estuvimos unos segundos mirándonos a los ojos pero ninguno de los dos dijo nada. Parecía que nuestras miradas eran más fuertes y más valiosas que todas las palabras del mundo, parecía que con mirarnos ya podíamos hablar perfectamente, parecía que inconscientemente ya estábamos entablando una conversación. Y entonces, como si de una película se tratara, me besó, sin duda, desde que apareció en mi vida, mi vida se ha convertido en una correlación de escenas de películas unidas. Sus besos siempre tiernos, siempre suaves, ahora han tornado a besos con más lujuria y pasión. Besos cada más rápidos pero, a la vez, más profundos, que hacía que se nos entrecortara la respiración. Mis manos comenzaron a recorrer su cuello y a enredarse en su pelo hasta que noté que mis piernas estaban flotando en el aire, que no estaban sujetas al suelo; Adam me había cogido como si de una niña se tratara: con mis piernas rodeándole la cintura. Y así, de esa forma, consiguió llevarme hasta las hamacas que habíamos comprado recientemente para esa misma terraza en la que ahora nos encontrábamos.

Nos hallábamos tumbados besándonos acaloradamente, como jamás lo habíamos hecho, como nunca me lo hubiera imaginado. Sus manos comenzaron a explotar sitios que nunca antes había parado en rebuscar, como si esto se tratara de una nueva aventura para aquél que le gusta recorrer montañas y bosques ocultos o poco conocidos. Sin duda era una experiencia nueva para ambos; era como investigar lentamente todas las curvas y todas las conformaciones de nuestros cuerpos, hasta que llegamos a conocer todo del otro.

Continuará...

jueves, 30 de septiembre de 2010

Un golpe de suerte. Séptima parte.

7.

Ya una vez a su lado me miró más perplejo que yo, si cabe, y no sabía muy bien que expresión debía de ponerme, me saludó tímidamente con la mano y sonrió:

- ¿Vas a ser mi doctora? – Preguntó con una voz pícara.
- No sé si para tu desgracia o para tu fortuna, pero sí. He oído entre los pasillos que soy la peor médico de este hospital, ¿recuerdas algo de eso? En fin, aquí veo que tienes partido tan sólo el dedo anular, tuviste suerte, ¿eh? Hay personas que están fatal, sobretodo, el padre de familia al que atropelló tu autobús, no sé yo si saldrá de esta… – Contesté muy seria y muy profesional.
- La verdad es que sí, supe cómo ponerme perfectamente para no sufrir daños, aunque muy bien no me salió la jugada si tengo partido un dedo. – Quiso bromear.
- Creo que no sabes la gravedad de lo que ha sucedido… – Contesté más seria aún.
- ¡Claro que sí! – Dijo lo más rápido que pudo contestar. Y entonces hubo un silencio muy incómodo entre los dos, levanté la vista de la historia para ver qué pasaba y me di cuenta de que estaba fijamente mirando hacia algo que había detrás de mí: Adam. Tímidamente sonreí mientras él se dirigía hacía a mí.

- ¿Qué tal princesa? ¿Mucho trabajo? ¿Cómo lo llevas? – Me preguntó sin percatarse de nada más.
- Sí, cielo, estoy algo cansada, pero estoy bien, es mi trabajo, ¿no? Así que no te preocupes, ¿tú qué tal? ¿Ya has terminado? – Quise saber yo.
- Pues sí, ahora mismo ya he terminado con la última máquina que tenía por arreglar, así que perfecto, ya está todo solucionado. Venía a ver qué tal ibas tú para ver si te espero para ir a cenar. – Propuso Adam, sin embargo, mi voz no pudo salir de mi boca puesto que una tos tímida nos sacó de nuestra burbuja perfecta para traernos de vuelta a la realidad.
- Eeeh, sí, perdón, Adam este es James, James este es Adam – Les presenté aunque no con mucha alegría.
- Encantado de conocerte, James, por lo que veo eres de los mejores que están del accidente – Contestó muy amable Adam.
- Sí, la verdad que he tenido suerte, podría haber sido peor, comparado con la gente que he logrado ver, sobretodo, ese padre de familia al que atropellamos. Creo que la gente debería de tener mucho más cuidado cuando conduce y más cuando es un conductor de un transporte público, porque de él depende la vida de muchas personas. – Contestó haciéndose el inocente.
- Ya, tienes razón – Afirmó Adam.

Otro silencio incómodo, que no tardó mucho en romperse: “tu turno ha terminado”, fueron las palabras de mi jefe. Había estado trabajando tantas horas seguidas que no tenía ya noción del tiempo siquiera. Entonces Adam me agarró sutilmente de la cintura, haciendo con su gesto que me girara hacía él y eso fue lo que hice. Me miró con esa cara tan tierna que siempre me pone, con esos ojos radiantes de felicidad y de vida, con esa sonrisa que te invita a sonreír a ti también y pensar que nada malo puede pasar, que todo es maravilloso y que nada anda mal.

- Venga, vamonos a casa para que descanses, llamamos a una pizza y que nos la traigan, ¿qué te parece el plan? – Me propuso Adam.
- Creo que es una de las mejores ideas que hemos tenido ahora. Llegaré a casa me daré una larga ducha caliente y luego en el sofá, tapados por una mantita viendo una peli mientras comemos pizza. – Le propuse yo.
- Me parece una de las mejores ideas que hemos tenido ahora, jajajaja. – Me remedó.
- Bueno, James, lo siento pero tenemos que irnos, porque no aguantamos más con nuestras almas, espero que todo te vaya bien y ya nos veremos por aquí, ¿sí? – Le dije para despedirme rápidamente.
- Que descansen, ya nos veremos por aquí, sí, espero que no muy a menudo pero vendré para revisión. – Prometió James. – Y encantado de conocerte Adam.
- Lo mismo digo James, mejórate. – Le contestó cordialmente.

Entonces salimos como un día más del hospital, nos dirigimos al coche. Menos mal, conduce Adam, si tuviera que hacerlo yo como cuando tengo guardia siento que me voy a quedar dormida en el volante de un momento a otro y ya he comprobado lo que puede suponer eso.
Llegamos a casa, me descalzo los zapatos me voy desvistiendo por el pasillo y me meto en la ducha, agua caliente, agua que incluso me quema. James. De nuevo ha aparecido ese nombre en mi mente. Pero… ¿por qué? ¿Por qué he tenido que encontrármelo ahora? Sin duda siempre pasa lo mismo, cuando más feliz estás con algo, siempre ocurre lo contrario que hace que todo se destruya…

Continuará...

jueves, 2 de septiembre de 2010

Un golpe de suerte. Sexta Parte.

6.

Termino de escribir esas últimas líneas dedicadas a un público anónimo, al cual no sé si alguna vez se lo enseñaré, entonces, en ese preciso momento, él se revuelve entre las sábanas hasta que consigue girarse del todo y quedar de frente a mí. Sin embargo, aún sigue durmiendo. Es una imagen como ninguna ha existido. Siempre he tenido la fotografía como hobbie y creo que jamás había visto un retrato tan hermoso. Él a mi lado, durmiendo pacíficamente, mientras que una tenue luz, procedente de la ventana, baña su rostro y su cuello. Me quedé un largo rato embobada mirándole cuando de repente, me descubrió observándole en secreto. Entonces sonrió:
- ¡Buenos días, cielo! ¿Pasa algo? – Preguntó sin quitar la sonrisa de la boca.

- ¿Pasar algo? No, no. ¿Qué va a pasar? Tan sólo observaba mientras dormías, acaso ¿no puedo? Para una vez que me despierto yo antes… – Le contesté algo sonrojada.
- Jajajaja la verdad que sí, hemos batido un record creo. – Se rió.
- Mira que te gusta molestar cuando quieres, ¿eh? – Le dije algo molesta.
- ¡Báh, no te enfades! Que era una broma, además, fuiste tú la que empezaste yo tan sólo… tan…sólo… continué con lo que tú dijiste. – Contestó con esa sonrisa en la cara que tanto me hacía enloquecer. Esa que sabía que si la ponía me iba a derretir viva.
- Venga, me voy a la ducha que hoy tengo que ir al hospital a hacer unos papeleos. ¿Tú piensas hacer algo? – Quise saber.
- Ahora que lo dices… sí, tengo que dormir más. ¡”Buenas noches pequeña”! – Fue su respuesta.

Entonces tal y cómo había dicho, me dirigí hasta el armario, elegí la ropa que me iba a poner más adelante, prefería llevármela ya a la ducha para no estar entrando otra vez a la habitación y de esa forma incomodarle o despertarle. Cogí lo primero que alcancé a ver entre la semioscuridad que había en mi habitación y, de la forma menos ruidosa posible, salí de ella rumbo al baño. Una vez ahí una larga ducha, con el agua muy muy caliente como a mí me gusta, tanto que hasta quema. Sin embargo, creo que era la mejor forma de quitarme todos los dolores de espalda que estaba teniendo. Tras esa ducha relajante, me dirigí hasta la cocina, engullí un vaso de leche Nesquik y un croissant que habíamos comprado el día anterior. Después de cepillarme los dientes y de terminar de prepararme, me fui hacía la calle a encontrarme con una de las pequeñas maravillas que tenía a mi alcance: mi coche.

Llegué en media hora al hospital. Perfecto, creo que incluso voy a salir antes de lo que pensaba, pues no hay mucha gente en la parte donde tengo que coger para hacer las historias y todo el papeleo procedente. Sin embargo, aunque la mañana pintaba de una forma más relajada, no fue para nada así. Hubo una emergencia en el hospital, necesitaban el mayor número de médicos que se encontraban en él, tanto con guardia o sin ella para asistir a toda las personas que acercaban al hospital. Un conductor de autobús borracho había chocado contra un pequeño coche en el que iba toda una familia y si fuera poco perdió se volcó provocando que los pasajeros del autobús salieran heridos. En seguida, cogí mi teléfono móvil para informar a Adam de lo ocurrido y que viniera a ayudar, aunque él fuera ingeniero médico, pero como había algunas máquinas que no funcionaban correctamente, él podía arreglarlas. Así que en cuanto colgué mi teléfono me puse manos a la obra.

En total llegaron al hospital 23 personas, 5 de las cuales procedían de esta familia a la que le habían fastidiado su estupendo plan de vacaciones. El resto eran pasajeros que se encontraban en el autobús, unos más graves que otros. El más perjudicado de todos era el padre de familia, el cuál conducía el pequeño coche familiar.

Tras ir a visitar a los pacientes llegué a uno de los que se encontraba en el autobús, uno de los que menos afectado estaba. Me acerqué a él sin fijarme en su cara, puesto que estaba leyendo su historia para saber qué era exactamente lo que tenía que mirar, y curar. Entonces reparé en el nombre James. El corazón me dio un vuelco, pensé que me iba a morir ahí mismo y pensé: “no puede ser él”. Sin embargo seguí leyendo su nombre y sí, esos eran sus apellidos…

Continuará...

viernes, 20 de agosto de 2010

Un golpe de suerte. Quinta parte.

5.

Hoy, al despertarme, he decidido dirigirme hasta la cómoda, he cogido un cuaderno en el que hace años tomaba notas, aparte, también, he echado mano a un bolígrafo y me he puesto a escribir. Hoy es un día de esos en los que tienes inspiración y tienes ganas de dejar que las palabras fluyan por tus manos y se plasmen con tinta en cualquier trozo de papel que sea.

Hoy en la cama, al girarme te he encontrado a ti, Adam, y es que ya hace tiempo que ha pasado esa maravillosa cena en la que decidimos formar parte vitalicia el uno del otro. Es extraño, hace pocos meses coincidíamos con un choque en la escalera y ahora... juntos. ¿Quién pensaría que estas cosas pudieran pasar? "Los cuentos de hadas no existen" "Eso sólo pasa en las películas de amor en el cine en blanco y negro" me repetía para mí misma cuando sentía que las paredes me asfixiaban. Hace mucho ya de eso.

Hoy me he dado cuenta, con Adam las cosas van como si estuviéramos flotando en una nube. Una gran y esponjosa nube al son de cualquiera melodía típica de cuento en el que como dos enamorados no podemos dejar de mirarnos con esas caras de embobados que se suelen ver en los actores de muchas películas. Sin embargo, había algo que era muy distinto a todos ellos: Esto es la vida real. Es MI vida.

Os preguntareis qué pasó después de aquella cena maravillosa a la luz de la luna en la que nos declaramos amor eterno, ¿no? Pues bien, salid de dudas. Esa misma noche, justo después de cenar, decidimos dar un largo paseo por la playa. Me encanta sentir la arena bajo mis pies, húmeda y fría, algo que no compartimos Adam y yo: él odia la arena. Fue un paseo como nunca antes había tenido, uno en el que había disfrutado más que en toda mi vida. Le miraba mientras caminaba, bañado por la luz de esa luna plateada que parecía sonreír ahí arriba, como la sonrisa de Chesire, el gato de Alicia en el País de las Maravillas. Era fantástica la escena, digna de ser narrada en los más grandes Best-seller, y descrita por el mejor escrito, o escritora, de la historia. Él todo lo que le concierne, todo lo que es, es Perfecto, aunque a decir verdad, ¿qué voy a decir yo? ¿Qué tal si lo dejamos en un es Perfecto, para mí? Sé lo que estáis pensando, esto se está convirtiendo en algo demasiado “azucarado”, vale, ya paro. Aunque no lo creáis en ese paseo hubo muchas risas al igual que diversión. Jugamos a pillarnos e, incluso, a mojarnos. Sin duda, creo que ahí salí perdiendo yo. De vuelta a casa, comenzó la rutina diaria de la despedida, con la única diferencia que ahora tardábamos siglos es decirnos adiós. Una vez en la cama bip bip un mensaje en el móvil: Gracias por esta maravillosa cena preciosa. Gracias por esta noche tan estupenda. Gracias por ser tú. Te quiero muchísimo princesa. ¡Buenas noches, enana!



Continuará.

jueves, 12 de agosto de 2010

Un golpe de suerte. Cuarta parte.

4.

El fin de semana se pasó bastante rápido, con salidas todos los días, además de ir a hacer la compra, que falta me hacía. Me pasaba el día entero con Adam y sin saber porqué descubrí que éramos inseparables que éramos como amigos de la infancia, él sabía todo sobre mí, o eso le hacía creer, y yo todo de él, o eso me hacía creer. Y largas tardes en el parque, largas conversaciones de toda nuestra vida: de nuestra familia, nuestros amigos, nuestros estudios, nuestras ex parejas, de nuestras locuras y de nuestras aficiones entre muchas “nuestras” cosas más. Y así fueron pasando los días, los meses hasta aquel día señalado. Salí de mi habitación y me dirigí hasta el baño para darme una buena ducha, pero algo me frena antes de llegar. Al final del pasillo, en la puerta de la entrada, hay algo colgado y, además, con una nota. Me voy acercando lentamente y cojo la nota para sacarme de dudas:
Erleen lo he visto en la tienda y no he sido capaz de no comprarlo para ti. Espero que te guste y, sobretodo, que sea tu talla. Aún así, otra cosa, póntelo esta noche. Te invito a cenar a un sitio nuevo que he descubierto.

Un beso muy grande,
Adam.

No dudé un segundo y enseguida devolví ese gran paquete que tenía frente a mí: un precioso vestido rojo entallado y largo, con una abertura que permitía que se me viera la pierna. Estuve toda la tarde entusiasmada para la hora en la que por fin me pondría ese vestido. Me preparé, me maquillé, me cepillé los dientes, me peiné de una forma especial, para este día especial. Ya es la hora, me puse el traje y esperé. A los pocos segundos el timbre.

- ¡Buenas noches, princesa! Está usted muy guapa con ese vestido, me alegro de haber dado con la talla perfecta para ti. Además, el estilo te pega mucho.
- Muchas gracias por el detalle, no deberías de haberte esforzado tanto. Es genial, gracias.

Y la noche fue fluyendo poco a poco, cada vez se iba oscureciendo más y yo con una venda en los ojos tuve que ir todo el camino hacia ese gran restaurante donde me esperaba la sorpresa. Entonces el coche se paró y llegamos. Conseguí bajarme con la ayuda de Adam que me ayudo a llegar también hasta nuestra mesa en la que me facilitó el sentarme en la silla y acto seguido me quitó la venda. Estaba en una terraza donde se podía ver una gran luna blanca en el cielo, acompañada de tímidas estrellas y un gran lago a nuestros pies con una enorme cascada. Parecía el paraíso. Tras una buena cena acabamos por charlar un rato como solíamos hacer siempre. Entonces una pregunta que me descolocó por completo:

- ¿Eres feliz?
- ¿Si soy feliz? Claro que lo soy. – Sonreí.
- Te noto diferente a hace unos meses cuando te conocí. La verdad que parece que llegué en el momento exacto. Como si fuera un ángel de la guarda. El primer día que te vi algo me dijo que tenía que ayudarte sea lo sea que te pasara y creo que ya he cumplido mi objetivo pero con un factura muy grande. No pensé que me fuera a pasar esto, pero estar día tras día pendiente de ti, pensando qué estarías haciendo y si estarías bien o no ha hecho que al final, irremediablemente, me haya enamorado de ti. Sí, lo sé no me mires con esa cara, sé que no es lo mismo para ti que para mí y lo entiendo perfectamente y tranquila que seguiremos siendo los amigos de siemp…
- No digas nada más, por favor. Adam, quiero ser tu amiga siempre, no te lo niego pero hay algo que desearía más todavía y es poder compartir mi vida contigo de una forma más íntima, más estrecha, más especial. Yo también he llegado a sentir esa irremediable atracción por ti que hace que si me faltas no pueda respirar, siento que respiro gracias a ti y sí, eres mi ángel de la guarda. Gracias por llenarme de aire los pulmones y gracias por darme la oportunidad de volver a nacer porque estaba muriendo en vida. No sabía qué hacer y tú me sacaste. Sabes lo que he pasado, y lo mejor es que sabes cómo soy: una caprichosa, algo infantil que es una impulsiva y que no sabe muy bien qué hacer con su vida, pero que es capaz de luchar por lo que quiere, que es un poco agobiante a veces y que le cuesta mucho mostrarse como es pero si siendo así una persona perfectamente imperfecta has llegado a enamorarte de mí, ¡¡de mí!! Tú, la persona de la que yo estoy enamorada, entonces ¿qué hacemos perdiendo el tiempo?

Ninguno de lo dos dijimos nada más, tan solo nos quedamos en silencio mientras nuestros labios se iban acercando poco a poco hasta por fin, acabar con ese gran beso. Uno que parecía sacado de una película, al igual que nuestro primer encuentro. Un beso con el que sellamos un amor irrompible, algo duradero que se edificará dentro de una burbuja. La suya, la mía, la nuestra. Y que nada, ni nadie destruirá jamás.



Fin.
O quizás... ¿Continuará?

viernes, 6 de agosto de 2010

Un golpe de suerte. Tercera parte.

3.

Siete de la mañana, mi despertador suena y a trompicones consigo pararlo. No sé porqué pero la cabeza me daba vueltas, será de la resaca de no haber dormido mucho. Tal y como hice el día anterior, me dirigí al baño y luego a la cocina y para mi sorpresa algo había ahí. En la pequeña barra americana había una bandeja con un buen desayuno: bollería, tostadas, mantequilla, mermelada y un tazón de leche. Pero no era todo, también había una nota que tenía puesto mi nombre: Erleen, me he tomado la molestia de hacerme con las llaves de tu casa para darte esta sorpresa y así que no te tuvieras que estar esforzando para saber qué desayunabas hoy. Dado que tu cocina estaba vacía también me he tomado la molestia de comprarte algunas cosas más que pueden ayudarte a reponer fuerzas y a desayunar bien, porque recuerda: “El desayuno, es la comida más importante del día”. Ah, por cierto, no te preparé nada, porque no sabía como te tomabas la leche. Sí es que tomas leche. No todo podía ser tan fácil, ¿eh?
PD: ¡Buenos días, enana!

Adam.

Estaba que no salía de mi asombro. ¿Por qué se habrá molestado tanto? No debería de haberlo hecho. Hoy cuando le vea se lo digo. Mientras sigo con esos pensamientos y casi por inercia me voy tomando todo ese desayuno. Y continúo con el ritual, me voy al cuarto y decido qué me pongo. Hoy creo que voy bien con este conjunto, sí. Me maquillo, me cepillo los dientes. Cojo mi bolso y mi carpeta y me dirijo hasta la puerta, y para mi sorpresa ahí estaba él.

- ¡Buenos días! ¡Vaya, estás guapísima! Bueno… no es que ayer no lo estuvieras… pero es que… - Dijo intentando salvar la situación.
- Tranquilo, sé lo que quieres decir. Además, sí, ayer cogí lo primero que vi, no tenía muchas ganas de esmerarme mucho con mi atuendo. Hoy, sin embargo, me he levantado más positiva, como con más ganas. – Contesté con una sonrisa en los labios.
- Eso va a ser el súper desayuno. ¿Cuánto hará que no desayunas bien? – Hizo una pregunta retórica.
- Concretamente, comer bien, sea cual sea la comida, no lo hago desde hará un mes, pero eso es una historia que quiero dejar aparcada. ¿Qué? ¿Te apuntas otra vez conmigo en el coche hasta el hospital? – Pregunté mientras le guiñaba el ojo.
- ¡Claro, eso no se pregunta!

Y nos dirigimos a comenzar nuestra jornada. Sin embargo, hoy fue diferente, se me pasó más rápida. La compañía de Adam ya no me provocaba escalofríos ni rubor. No sé qué me habría pasado el día anterior. Sin duda, era una estúpida. Y llegó el final de la jornada, que como ya dije, se me pasó volando. Entonces la gran pregunta:

- ¿Te apetece que vayamos a cenar fuera?
- ¿Tú y yo? – Pregunté.
- Emmm… sí, creo que el enanito verde que tienes a tu lado todavía no le va eso de comer con gente más alta que él y, sobretodo, con alguien tan guapa como tú. – Dijo entre risas. – No, ahora enserio. Sí, te invito a cenar donde tú quieras.
- Vamos a cenar, pero nada de que me vas a invitar, vamos a medias. – Refunfuñé.
- Bueno, ya se verá.

Y no me dio tiempo de replicar puesto que me cogió del brazo y echó a correr hasta el coche. Era algo tan raro, hasta el momento jamás me había sentido así. Jamás había sentido como el viento alborotaba mi pelo mientras corría hasta mi coche para, después, ir a cenar con, prácticamente, un desconocido. Elegimos un sitio que no era muy caro, pero en el que se comía muy bien. Y parece mentira que otra vez estemos hablando y que otra vez nos estemos contando todo. Y comenzó a clarear cuando decidimos volver a casa.

Afortunadamente, era sábado: hoy no había prácticas. Tras el mismo ritual de ayer, aparcar el coche, llegar hasta nuestro edificio, subir las escaleras, pararnos en mi puerta y despedirnos cerré la puerta a mi paso. Ya estaba en casa otra vez y sentía como las paredes ya no menguaban como otras veces, más bien estaban como siempre. Un poco cansada y aturdida por el sueño, tanteé la cama y me escurrí entre las sábanas y de repente: ¡Bip, bip! Mi móvil… ¿Quién será tan temprano? “Mensaje nuevo”: Gracias por este día estupendo. Gracias por esa cena maravillosa. Gracias por dejarme abrirme a ti. Gracias por abrirte tú a mí. ¡“Buenas noches”, enana!
Otra vez, Adam y sus sorpresas. Y el corazón me dio otro vuelco y no me lo puedo creer. ¿Qué me está pasando? Y con esa pregunta, caí rendida en la cama.

Continuará...

martes, 3 de agosto de 2010

Un golpe de suerte. Segunda parte.

2.

Pasaron las horas, intenté evitarle un poco para procurar que no me encendieran las mejillas cada vez que estaba cerca de él. Para que “no me descubriera”. Entonces, llegó la hora de marcharnos. Me despedí de nuestro tutor, coincidiendo que nos veríamos mañana para seguir las prácticas. Una vez en el mostrador me despedí de la mujer que dirigía aquello. Lo más seguro es que estuviera haciendo doble turno, llevaba ahí muchas horas. Entonces ya en la calle, oí que alguien me llamaba y fue cuando me giré para ver quién era esa persona. El corazón me latió a mil, las mejillas se encendieron más rápido que de costumbre y se me paró la respiración. ¿Y todo esto es por… él?

- ¡Ains, perdona por haberte interrumpido! – Contestó.
- No te preocupes. No hacía nada, tan sólo salía del hospital. – Dije entre risas. Entonces noté como era él el que se ponía algo rojo.
- Ya, también es verdad – Continúo con las risas que yo había iniciado.
- ¿Vas en coche? – Pregunté.
- No, que va. No tengo coche. Iré en metro de la misma forma que vine esta mañana. No es lo más cómodo, pero es bastante rápido. ¿Y tú? – Quiso saber. En sus ojos se veía una chispa que no logré entender qué significaba.
- Pues yo voy en coche. Lo traje esta mañana. ¿Quieres que te lleve? Vivimos en la misma casa – Y tan rápido como lo dije lo corregí. – Bueno, quiero decir, en el mismo edificio. – Sonreí para evitar que se notara mi error.
- Hombre, no quiero molestarte, pero si me hicieras ese favor, te lo agradecería mucho. – Consiguió decir.
- ¡Hecho! Lo tengo por ahí. – Le indiqué con el dedo.

Media hora tardamos desde el hospital hasta casa. Sin mucha prisa, hablando de cosas poco importantes: del choque de esta mañana, de lo “tarde” que llegaba, de la casualidad que fuéramos compañeros, de que no le había visto antes… Media hora intentando conocer más de él, intentando ver cómo era su interior. Aunque me temo que eso no es algo tan fácil de averiguar. No sé porqué, lo noto muy reservado. Alguien que no cuenta las cosas a todos y mucho menos tan a la ligera. Yo, por el contrario, comencé a contarle un poco de mi vida y de qué había hecho y poco a poco conseguí que él me contara un poco más, pero sin llegar a algo sustancioso. Y de la misma forma que fue corto también fue intenso y ya nos encontrábamos en nuestro edificio. Subimos los dos por la escalera, algo extraño porque la mayoría de los inquilinos del bloque prefería el ascensor para cansarse menos. Muy caballeroso me acompañó hasta la puerta de mi piso y nos despedimos con dos besos.

Entré en lo que había sido “mi nido de amor” y parecía que las paredes me iban consumiendo lentamente, pero no, no podía venirme abajo, tenía que ser fuerte, tenía que afrontar lo que había pasado y superarme y crecer. Además, ahora que comenzaba con las prácticas tendría mucho tiempo ocupada la mente para no pensar en él. James… Me dirigí a mi cuarto, me descalcé las zapatillas, cogí el pijama y me dirigí a la ducha. Sí, eso era lo que necesitaba, una larga ducha fría. Una vez congelados mis pensamientos me dirigí hasta la cocina, en busca de algo que poder preparar para la cena. ¡Oh, no! No había nada ni en los armarios, ni en la nevera. ¡Se me había olvidado por completo hacer la compra! Y otra vez como si de mi ángel de la guarda se tratara, mi salvación: el timbre. Fui a abrir con lo puesto, sin percatarme de que llevaba. Y ahí estaba él con un tupper entre las manos:

- Perdona, es que resulta que mi madre me trajo comida, y la verdad es que hay tanta que yo solo no puedo comérmela antes de que se pueda caducar. ¿Ya has cenado? – Preguntó con curiosidad.
- Pues la verdad que no. Será un placer ayudarte a comerte esa comida. Mi cocina parece arrasada por una horda de orcos porque no hay nada. Es que hace un tiempo que no he ido a comprar y no me queda mucho la verdad… - Dije algo sonrojada.
- Bueno, pues mejor para los dos. Yo te alimento y tú me ayudas. – Contestó entre risas.
- Sí, algo así. Formamos una especie de simbiosis. Uno hace algo por el otro que es igual de satisfactorio que al revés. Pasa. Si quieres podemos cenar aquí. – Le invité.
- Muchísimas gracias, pero… ¿te funcionará todavía la cocina? Como la has tenido aparcada pues… quizás esté rota.
- Ja…ja…ja… ¡Qué gracioso eres! – Dije.
- Por lo menos te he sacado una sonrisa. – Entonces no pude evitar volver a sonreír. - ¿Ves? Y ahí hay otra.

Y nos pasamos horas y horas hablando, conociéndonos un poco más. Contándonos cosas sin miedos, sin complejos, sin vergüenza. Como dos amigos que se conocen de toda la vida que no se ven desde hace un tiempo y se cuentan las novedades de su vida. Le conté lo que me había pasado con James, no sin derramar alguna que otra lágrima, pero no me sentí avergonzada por ello, al contrario, era como una pequeña descarga. Como si todo lo que tenía dentro lo fuera echando poco a poco, como si me vaciara por dentro, sacando todo mi dolor. Y se nos hizo tarde y nos tuvimos que despedir para reencontrarnos al día siguiente.


Continuará...

sábado, 31 de julio de 2010

Un golpe de suerte. Primera parte.

1.

Un día más me despierto hecha un ovillo en la cama. Sin duda, este va a ser un día muy largo como todos los que he estado teniendo últimamente. Voy al baño, me miro al espejo, sin duda con esta cara no llegaré a un lado. Me la lavo en un intento de parecer más decente, me peino un poco el pelo con las manos y me dirijo hacía la cocina. Abro el armario cojo el Nesquik, y en el que está justo al lado, una taza. Abro la nevera, cojo la leche fría. Uno los dos ingredientes que tengo en ambas manos y de camino a mi cuarto voy revolviendo la taza para endulzarlo un poco con el azúcar que le acabo de poner. Ya en mi cuarto me paro delante del armario. ¿Qué me apetece ponerme? Báh, esto mismo: vaqueros, camiseta y una sudadera de capucha. Preparo los últimos detalles en el bolso mientras apuro mi desayuno. Vuelvo al baño para maquillarme y de esa forma volver a intentar disimular mi cara de estampo. Me dirijo hacia la puerta de entrada en la que con un toque suave consigo cerrarla. Mirando el reloj y un poco más apurada de lo normal, porque llego tarde, corro escaleras abajo sin fijarme en nada más. De repente, ¡PUM! Colisión... - Dios, estás cosas solo pasan en las películas porque me tiene que tocar ahora cuando más tarde llego y justo a mí que no tengo ganas de nada. - Digo para mis pensamientos. Entonces le miro y me pierdo en su mirada por un instante, pero que, a la vez, es eterno. El tiempo se paró por un momento. ¿Y si no fuera tanta casualidad? ¿Y si el destino, a pesar de que no creo en él, lo ha hecho adrede?

- ¡Uy! Perdona, no me había fijado que subías, iba como una moto pensando en mis cosas - Conseguí decir entre balbuceos.
- No pasa nada. Me llamo Adam, soy tu vecino, el del tercero B. Encantado de conocerte. - Dijo con una amplia sonrisa.
- ¡Hola! Yo me llamo...
- ¡Erleen! - Contestó, casi dando un grito.
- ¿Cómo te sabes mi nombre? - Pregunté un poco extrañada. Era la primera vez que veía a ese chico por mi edificio y ¿ya se sabía mi nombre?
- Sí, lo pone en tu carpeta - Murmuró señalando a la carpeta que llevaba entre las manos.
- ¡Ah, sí! Es verdad, no me había dado cuenta que lo tenía puesto - Sonreí un poco sonrojada. Entonces algo me llamó la atención: el reloj. ¡LLEGO TARDE! - Eh, lo siento, Adam, pero tengo mucha prisa o llegaré tarde.
- No te preocupes, ya nos veremos más veces por aquí. - Prometió.
- ¡Claro que sí! - Afirmé. - Encantada de conocerte.

Salí corriendo por la puerta del portal. Fuera me estaba esperando, reluciente y brillante tal y como lo había dejado la noche anterior. Mi pequeño Volkswagen Beetle descapotable, color granate con asientos de cuero color crema estaba aparcado justo delante de casa. Arranqué lo más rápido posible y llegué al hospital.

- ¡Buenos días, soy la nueva! ¡Vengo a hacer las prácticas! - Dije a la mujer que se encontraba en el mostrador.
- ¡Muy bien! Usted es la señorita Erleen, ¿verdad? - Contestó con una amplia sonrisa.
- Sí, efectivamente esa soy yo. - Respondí de la misma forma.- Pase por esa puerta y en la sala número 8 le atenderá su tutor. - Me indicó.

Ahí me dirigía, entré en la puerta que me había señalado la mujer del mostrador y toqué un poco nerviosa. Una voz desde el interior de la habitación contestó: - ¿Sí? ¡Adelante! Nerviosa alcancé a abrir la puerta.

- ¡Buenos días! Soy la chica que está en prácticas. Me llamo Erleen, encantada de conocerle. – Dije decidida para causar buena impresión.
- Bienvenida al equipo señorita Erleen, mi nombre es Alexander. En seguida empezaremos las prácticas, pero estamos esperando a un compañero suyo que todavía no ha venido. Aunque es lógico, llega usted temprano.- ¿Temprano? ¿Ha dicho temprano? Pero ¿cómo? Si salí apurada de casa.
- Disculpe, ¿qué hora tiene usted? – Pregunté un poco asustada.
- Son las 8:45, señorita. – Contestó con una sonrisa. ¡Dios, se me había olvidado! ¡Anoche cambiaron la hora! Por un lado respiré aliviada, por otro tenía ganas de morirme, podía haberme quedado un poco más en la cama y puede que hubiera evitado el choque de esta mañana con ese chico.

Ese chico… Adam. Era extraño que jamás lo haya visto, puesto que es alguien en el que te fijarías a la primera. Es muy atractivo. Pelo larguito, castaño y con mechas rubias del sol. Piel morena. Alto y, además, fuerte. Tiene una espalda bastante ancha y unos brazos bastante grandes, puede que de ir al gimnasio o de alguna actividad que haga. Ojos achinados, oscuros, pero con pintitas más claras. Pero lo que más me llamó la atención en su cara fue ese lunar: el lunar que tiene justo debajo de la nariz. Sin duda, un sitio peculiar para un lunar, pero, a la vez, un lugar muy especial. Y mientras seguía pensando en ese misterioso chico, apareció por mi mente otra persona. James. Sin duda, ya había pasado un mes y lo seguía echando de menos. Una relación que duró poco, que fue corta pero intensa. Pero él se había ido, eso era lo único que tenía claro y desde entonces, todas las noches era una constante pesadilla, no paraba de despertarme a las tantas y no me dormía pasadas las horas. Se fue, sin darme explicación ninguna. ¿Acaso seré mala? No sé, es algo que siempre pensé, puede que sea yo la causante de todo, la que tiene la culpa porque sino no me lo pued…Algo interrumpió mis pensamientos: el sonido de la puerta al ser golpeada y la voz de mi tutor invitando a que pasase esa persona que se encontraba al otro lado. Yo, por el contario, seguí mirando hacia el suelo y de repente oí esa voz. Esa que me resultaba familiar porque hacía unos minutos que la había escuchado.

- ¡Buenos días! Disculpe, creo que llego con dos minutos o tres de retraso, tenía el reloj un poco atrasado con esto del cambio de la hora y se me había despistado todo. Mi nombre es Adam y voy a hacer su mano derecha. Soy el nuevo chico de prácticas. – Dijo con un semblante impecable, con una sonrisa de oreja a oreja y una mirada firme pero no intimidatoria.

El corazón me dio un vuelco. ¿Seré estúpida? ¿Por qué me pongo nerviosa si apenas lo conozco? Y sin saber porqué noto como mis mejillas cada vez me arden más, como si minutos antes de que él entrara sabía que yo estaba pensando en él, que estaba analizando “nuestro primer encuentro” y que, sobretodo, le estaba analizando a él. ¿Qué te está pasando Erleen? Es tu vecino, nada más. Ha coincidido que los dos trabajarais en el mismo sitio pero no pasa nada, lo sé afrontar. Por qué lo sé, ¿verdad? ¡Uf, relájate! Intenta que el día vaya bien.


Continuará...

miércoles, 21 de julio de 2010

Nuestro mundo.

Estábamos en un lugar cualquiera de un momento cualquiera. Él y yo. Solos, él y yo. De fondo se podía percibir el viento entre las copas de los árboles. Podíamos escuchar el cantar de los pájaros. Estábamos en plena naturaleza, lejos del bullicio de la ciudad.

-¿Quieres que te enseñe algo? – Me preguntó.
-¿Algo? ¿El qué? – Quise saber.
-No seas ansiosa y contesta únicamente a mi pregunta – Respondió él.
-Vale, pero, ¿está muy lejos?
-Hay que ver lo vaga que eres… – Se burló.
-No, no es por vagancia sino que me gusta este sitio. Además, que hemos estado toda la mañana caminando y no he podido disfrutar de todo lo que podemos ver aquí – Contesté algo molesta.
-Bueno, no te preocupes, era un sitio mil veces mejor que éste. De esos que se te quedan grabados en la retina y aunque pasen mil años, no te podrás olvidar. Es un lugar idílico, mágico como jamás podrás imaginar. Pero quizás en otro momento te lo enseñe, cuando hayas podido disfrutar de esto – Fue su respuesta para hacer que me sintiera culpable y, de esa forma, persuadirme.
-Ains, hay que ver cómo eres tú… – Resoplé.
-Jujujú ¿He ganado? – Sonrió.
-Bueno, vale, vamos, pero si tan maravilloso es ese sitio déjame disfrutarlo con mucho tiempo.
-Claro que sí, cuando tú decidas, volvemos – Finalizó.

Caminamos por nuevos senderos creados por nosotros, con cuidado para no caer en algún hueco traicionero. Él siempre pendiente de cada detalle para impedir que mis pies pisaran en falso. A medida que íbamos avanzando comenzaba a oírse un ruido que antes no había sonado, que antes no había aparecido en escena. Se detuvo, haciéndome parar en seco. Era un lugar maravilloso. Sin duda, la puerta al paraíso. Dos árboles habían crecido tumbados, uno enredado al otro, formando un marco a modo de puerta. Entonces me tapó los ojos:

- ¿Preparada para este mundo? – Me susurró al oído.
- Sí, estoy lista – Casi no podía escuchar el sonido de mi propia voz, ya que el murmullo que se oía antes inundó ahora todos mis sentidos. Extrañada intenté reconocer ese sonido. ¿Qué será? ¿Ramas? ¿Animales? Entonces mi cerebro mandó una señal a mis oídos: Agua. Eso era lo que sonaba. Justo en ese instante pude ver lo que me deparaba. Ese mundo en el que me encontraba. Una cascada inmensa se mostraba ante nosotros. Majestuosa pero, a la vez, inofensiva. El sol radiaba, pues no habían árboles que taparan esta pequeña zona. El agua emanaba de la cascada llegando a parar a un pequeño lago de agua cristalina.

- ¿Qué opinas? – Me dijo, a la vez, que esbozaba una sonrisa.
- Es auténticamente maravilloso este sito. ¿Cómo sabías de su existencia? – Curioseé.
- Mis padres me traían aquí cuando era pequeño. Es mi lugar favorito desde entonces. Pocas personas conocen su existencia, pues no es fácil llegar hasta aquí. Es más, cuando apenas tenía ocho años me prometí que sería mi lugar secreto. De esos que salen en las películas. Sin embargo, tras, casi, diez años, he roto esa promesa, pues deseaba que tú también conocieras lo que siempre denominé como: mi mundo – Me informó.
- ¡Dios, es que me encanta! En serio, ¡Es perfecto! – Exclamé maravillada.
- Por eso quise traerte. Sabía que te encantaría. Dime, ¿eres feliz? – Dijo seriamente mirando a través de mis pupilas.
- ¿Por qué me preguntas esto? ¿Acaso no sabes la respuesta? – Pregunté.
- Sí, claro que la sé, pero quiero oírla de ti. Quiero que el aire pase por tu garganta y salga de tus labios – Dijo, casi suplicando.
- ¿Si soy feliz? No, no lo soy. Pues si contesto afirmativamente a esa pregunta no podré demostrarte el grado real de felicidad que tengo, pues es mucho mayor que feliz. Mucho más. – Contesté satisfecha de mi respuesta.
- Para ser rubia has dado una muy buena contestación. No pensé que fueras a decirme algo parecido. – Sonrió.
- Te he dicho mil veces que no me llames rubia, porque no lo soy. – Dije algo molesta.
- ¡Ah, es verdad! Eras rubia – Dijo mientras se reía, a la vez que salía corriendo para huir de mí.
- Vas a hacer que me caiga por perseguirte.

Entonces se frenó en seco:

- Y, ¿por qué lo haces?
- Porque no me gusta que me llames así y lo sabes.
- Sí, lo sé. Y esa es la razón por la que sigo diciéndotelo.

Se acercó lentamente hacía mí. Con la mirada clavada en mis ojos. Una mirada intensa, de esas que acaban por intimidarte y hace que apartes la vista. Pero no lo hice. Por fin, estábamos a escasos centímetros. Incliné mi cara hacía arriba para seguir mirándole. El sol seguía brillando en lo alto. Sol de mediodía. La cascada fluía con un sonido agradable, como si de música suave se tratara. Entonces, me puse de puntillas para poder llegar a sus labios, para poder besarle.

- Éste será nuestro mundo. El que hemos construido. Tan sólo tú y yo – Me susurró al oído.
- Te quiero. Infinitas veces infinito. – Musité.
- Infinitas veces infinito por dos. – Finalizó.

miércoles, 7 de julio de 2010

Encuentro inesperado.

Era noche cerrada, noche de un caluroso verano. El reloj marcaba las dos de la madrugada, sin embargo yo estaba tan despierta como si fueran las doce del mediodía.

Era una noche típica, como otra cualquiera. Yo, sobre mi cama intentando conciliar el suelo. ¿La única pega? Que estaba sola. Cuando se tiene a esa persona importante a tu lado, cerca tuyo, parece que te dejas dormir más rápido por la seguridad que te brinda su compañía. Sin embargo, ahí estaba yo, desvelada y dando vueltas entre las sábanas.

Sí, sin duda, era una noche cualquiera. No, en realidad, no. Algo iba a suceder, algo iba a cambiar y hacer que fuera totalmente diferente y única.

Un ruido se va colando entre mis ventanas hasta que soy capaz de poder percibirlo con total claridad. Un sonido que cada vez me es más familiar. El sonido de ese motor que ruge como si de un tigre se tratara. En seguida, dí un salto de la cama y salí al balcón. Efecticamente, no me equivocaba, ahí estaba tu coche. Ahí estabas tú, apoyado en el lateral de tu Escarabajo mirando hacia arriba haciendo que nuestras miradas se cruzaran. Esa mirada que logró conquistarme tiempo atrás.

Cogí lo primero que alcancé a ver, me lo puse lo más rápidamente posible. Salí sin hacer ruido de casa, bajé las escaleras de la forma más apresurada que conozco, me dirigí a la calle y eché a correr a tu encuentro. Me cogiste al vuelo mientras estábamos abrazados.

- ¿Y esto? ¿Qué haces aquí? - Pregunté algo extrañada y extasiada de la carrera.
- Vine a recogerte porque no podía esperar a mañana para volver a verte. Además, tampoco podía dormirme, no sé porqué, pero no podía, así que decidí coger el coche y pasar a buscarte. - Me contestó con detalle.
- Yo tampoco he podido dormir. Es genial que hayas venido. ¿Adonde vamos? - Quise saber.

- Eso lo sabrás más tarde. - Dijo mientras me tapaba los ojos con una venda.

Nos subimos al coche, rumbo a ese lugar tan misterioso. Sin embargo, el trayecto se hizo ameno ya que de su reproductor de música iban apareciendo canciones muy significativas para nosotros.

Tras un largo rato, que a mí se me hizo eterno, el coche se paró, ya no había ningún ruido, aunque de fondo sonaba algo que no lograba captar muy bien. Con dificultad me ayudó a bajar del coche y me indicó donde debía de esperar. Entonces fue cuando me quitó la venda. Debajo de nosotros unas escaleras que dirigían a una playa, una de mis playas favoritas.

- Aquí nos quedaremos un rato, quiero ver cómo amenece a tu lado. He preparado algo ahí abajo, en la arena, para que podamos dormir si lo deseas. - Me indicó.
- Me parece totalmente perfecto. - Su mano alcanzó la mía y juntos nos dirigimos hacia las cosas.

Pasaron las horas y tras echar una larga, pero a la vez corta, cabezada me comienzo a despertar entre el rúgido de las olas y entre los pequeños besos que me daba.

- ¡Buenos días princesa! Ya comienza a amanecer. ¿Lo ves? ¿No te parece genial? Hoy ha sido una gran noche, he podido ver cómo dormías, que, por cierto, ha sido un placer, totalmente un placer, mirarte mientras lo hacías y ahora estamos viendo este pedazo de amanecer juntos. Creo que jamás había visto uno tan bonito. - Me susurró al oído mientras yo le sonreía.
- ¡Buenos días cielo! Lo siento muchísimo, me quedé dormida y no me di ni cuenta, estábamos hablando y caí rendida. - Me disculpé.
- No te preocupes cielo, no veas lo que he disfrutado verte dormir, en serio, no tengas problema ninguno. Ahora tan sólo observa este amanecer. No digas nada más. - Y mientras decía esto me besó para sellar lo dicho.

Y tras ese gran amanecer que pudimos captar con nuestros propios ojos, nos fuimos, volviendo cada uno a nuestra casa, de forma disimulada para que no se notara nuestra ausencia nocturna.

Sin duda, lo que empezó como una noche cualquier, acabó siendo una de las mejores noches habidas y por haber.

lunes, 28 de junio de 2010

La historia de nuestro amor.

Nueva tarde. Otra de nuestras tardes juntos. Sin prisas, sin agobios, sin nada que nos importe más que el momento en el que vivimos ahora. Un parque, sí, como la última vez, pero no es el mismo, es otro. Está en un lugar mucho más alejado del anterior, pero igualmente hermoso. Todos los sitios son así si tú apareces en ellos. Como si de un sueño se tratara.

Preparar la cámara, uno de nuestros hobbies que cada día roza más allá de la afición. Me preparo, me pongo mis puntas de ballet. Esas que me compré especialmente para sacar fotos. Me das un par de indicaciones y empieza lo que llamamos sesión. Sin embargo, no con mucho ánimo, decidimos tumbarnos sobre el césped. Como solemos hacer siempre.

- ¿Sabes? No sé qué haces pero me encanta. – Me dijo.
- No sé a que te refieres la verdad, ¿qué se supone que hago? – Pregunté un poco extrañada.
- Si te soy sincero, ni yo mismo sé qué haces, como ya te dije antes, pero tu forma de ser, tu forma de ser conmigo, me tiene enamorado. Sin duda, nunca pensé en llegar a esto. – Sonríe.
- Pues no sé qué decirte la verdad, mi forma de ser nunca ha estado al agrado de todos, o por lo menos de la mayoría de las personas que me importaban o importan, porque soy demasiado impulsiva y puedo decir cosas que hacen daño sin darme cuenta. Además, que hay gente que aguanta más y otras menos y, por lo general, siempre han aguantado menos. – Me reí.
- La verdad, es que no me lo puedo llegar a creer. Hace unos meses veía tus fotos y pensaba en que eras preciosa, pero ya, después, el día que nos vimos… fue un día increíble. Es más, no te hacía así. – Me respondió.
- ¿No me hacías así, cómo? ¿Así de fea? Sí, las fotos favorecen más, en realidad se pierde. – Dije mientras sonreía.
- Jajajajaja, no seas idiota. Me refería a que te hacía más bajita. No sé en la fotos no parecías tan alta, de ahí que siempre te llamará enana, aunque aún así, aunque seas alta y tengas un año más, sigo llamándote enana. – Consiguió decir entre risas.
- Ya te dije que no era ninguna enana. – Dije, fingiendo estar molesta.
- Venga, va, no te pongas así, que tú sabes que son bromitas – Contestó con esa sonrisa que sólo él sabe poner.

Le sonreí. Me sonrío. Me acerqué más a él, reduciendo el poco espacio que quedaba entre nuestros cuerpos para así poderme sentir más protegida. A salvo de cualquiera que pueda acceder a esto. Pero no. Eso es imposible. Hemos creado una esfera, como pocas existentes. Una esfera capaz de protegernos a él y a mí. Ante los posibles peligros y ante cualquier tipo de bache. Siempre estamos ahí. Siempre conseguimos salvarlo.

No sé porqué, pero me sentía volar, me sentía como si estuviera en una nube. Algo extraño puesto que el césped en el que nos encontrábamos no estaba del todo cuidado. Pero había algo que hacía que me sintiera muy lejos, sí, muy muy lejos. Como en ese libros, sí, ese en el que decía que era capaz de estar a “tres metros sobre el cielo”. Me sentía como los protagonistas de esa novela que tanto me fascinó.

Entre risas y bromas. Entre conversaciones más serias, nos vamos conociendo poco a poco, cada vez más, hasta el punto de llegar a tener una conexión tal que somos capaces de hasta leernos los pensamientos. Y no es muy común que pase. Además, nunca he sido de las que creen en las casualidades, como escuché una vez en una serie cuando era pequeña: “No existen las casualidades sólo existe lo inevitable”. Y sí, creo en eso. Tampoco creo en el destino, pero ¿y si estamos aquí por alguna razón en especial? ¿Si estamos realmente destinados? Entonces se dio cuenta. Y se quedó fijamente mirándome. Sabe perfectamente que cuando hace eso me pone muy nerviosa:

- ¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así? – Le pregunté, intentando salir de dudas.
- No sé, dímelo tú, te notaba algo… pensativa, ¿me equivoco? – Preguntó, aunque en el fondo sabe perfectamente que tenía razón.
- Pues sí, pensaba que aunque no crea en el destino ni en las casualidades puede que lo de estar juntos signifique algo. Me refiero a que puede que tenga una razón concreta. Que haya un trasfondo en todo esto, pero no sé exactamente cuál, y estaba buscando una solución a ese "problema", pero bueno, ¿sabes? No me importa. Esto va bien, seguimos bien, no hemos tenido peleas, nos conocemos muy bien y sabemos perfectamente lo que nos gusta y lo que no, además, pocas personas llegan a conocerme de verdad y tú creo que me conoces bastante. Aunque para tu desgracia te queda mucho por conocer. – Le expliqué con detalle lo que pensaba.
- Pues ¿sabes? Yo en el fondo lo siento por ti. Sí, no me mires con esa cara. Lo siento, porque tienes que aguantar a un pesado como yo. – Me dijo.
- ¿Sabes lo que te digo? Es un sacrificio que estoy dispuesta a hacer. – Le contesté mientras le sonreía.

Entonces ahí se acabó nuestra jornada. No, sin antes darme un beso, tras la eminente declaración de amor que le acababa de demostrar con esa simple frase final. Corta, pero intensa, cargada de significado. Y como siempre, llegó la hora de marcharnos, la hora de volver a casa para pasar un día más en el que podamos regresar y contar nuestra historia al día siguiente, una vez más. Para volver a escribir en hojas en blanco la historia de nuestra vida. La historia de nuestro amor.

domingo, 6 de junio de 2010

Observar las formas de las nubes.

Otra noche más. Una noche cualquiera, ¿a quién le interesa más detalles? Vale, diré algo más, una noche de Junio, se respiraba ya el ambiente a verano, a vacaciones, a libertad.
Otra vez esa playa. La playa de nuestras fantasías. Nuestra más fiel compañera de juegos y de carcajadas. Ella y nosotros.
No era un gran día, no hacía un gran tiempo. Estaba todo nublado y un poco gris, sin embargo, nosotros parecíamos pintarlos con los colores más bellos que teníamos en nuestras paletas de pintores.
La arena, negra y caliente, se comportaba como nuestra cama. Nuestra confortable cama en la que nos acomodábamos para observar el cielo. Ese cielo lleno de nubles pero que de pronto, aparecía un rayo de sol tímido. Uno de los últimos que ya quedaban en el cielo.

- Vamos a observar las formas de las nubes. - Propuso.
- ¿Qué formas? Está todo tan nublado que ni siquiera se puede ver una mínima forma ahí arriba. - Rebatí la propuesta.
- Pero mira, ¿ves eso? - Preguntó.
- No, ya te he dicho que no veo nada. - Contesté.
- Bah, mira, fíjate es un dragón y mira ahí hay otro. ¿No ves ese flotador de ahí? - Dijo, mientras sus dedos dibujaban formas imaginarias.
- Pero ¿qué estás diciendo? Yo no veo nada. - Comenté.

Y él seguía y seguía buscándole formas a las nubes, a esas nubes que no tenían forma pero que gracias a su imaginación, como si de un niño pequeño se tratase, dibujaba con sus dedos. Cada vez formas más peliculiares, formas totalmente disparatadas y locas que hacían que no pudiera parar de reír. Eso me gustaba. Reír.

- ¿Te has dado cuenta de que esta playa está desierta? - Indagó entre mis pensamientos.
- Sí, me había fijado hace un rato, es raro verla así. - Dije.
- ¿Sabes? Esto no lo había hecho con nadie antes. - Contestó mientras su mirada se fijaba en mí.
- ¿El qué exactamente? - Le miré yo también.
- Estar en la playa, a esta hora, acostado en la arena como si se tratase de otra cosa, mirando al cielo que a decir verdad no está muy bonito hoy, pero ¿para qué quiero ver el cielo teniendo a una estrella a mi lado? - Preguntó.
- Es verdad, odias la arena - Sonreí. - En cuanto a lo que soy una estrella, creo que te he cegado demasiado y ya no distingues entre lo normal y lo bello. Soy normal, muy normal. - Contesté.
- No eres solo normal, eres única, jamás había conocido a alguien así. Eres princesa. Princesa de mi reino. - Sonrió de nuevo.

En ese instante no me pude resistir a esas palabras que había pronunciado. Concretamente a esa palabra que tanto me encantaba. La única que consigue hacerme derretir por completo. Le besé. Le besé como si nunca lo hubiera hecho. Con ternura, con delicadeza, pero también con pasión. Con mucha pasión. Nos fuimos abandonando, escuchando sólo nuestra respiración, entrecortada por los besos que nos estábamos brindando, y, también, el mar. El rugir de las olas, el sonido que producen al romper.

- Eres increíble. - Le dije.
- Ya, claro, a ratos. - Respondió.
- ¿Por qué nunca me crees? - Pregunté un tanto molesta.
- Por qué se lo que sientes. - Afirmó.
- Dudo mucho que lo sepas, porque es mucho más de lo que cabes a imaginar. Tengo miedo de cada paso que doy, lo sé, pero eso no quita cuáles son mis sentimientos. - Me sinceré.
- Ah, ¿sí? ¿Y cuáles son tus sentimientos? - Quiso saber.
- Te quiero y te amo. Se resume en eso, porque la palabra que define lo que siento por ti, todavía no se ha inventado. - Fue mi respuesta.

No respondió, tan sólo me miró, sonrió y me volvió a besar. Se puso en pie enfrente de mí, invitándome con su mano a que yo también me levantara. Entonces, se colocó detrás mío. Apoyó su barbilla en mi hombro, y me susurró al oído:

- Si tú me quieres como ese charco de ahí. - Dijo mientras señalaba a un pequeño charco que se formaba entre las rocas. - Yo te quiero como ese charco de ahí. - Prosiguió explicando mientras señalaba al inmenso mar.
- Sigo repitiendo que estás equivocado en cuanto a lo que crees que te quiero. - Me expliqué.
- Bueno, pero aún así, yo siempre te querré más que tú a mí. - Dijo.
- No me busques... que me encuentras. - Bromeé mientras sonreía.
- Mira, ¿ves el horizonte? - Preguntó.
- Sí. - Afirmé.
- ¿Ves que tenga final? - Otra pregunta más.
- No, el horizonte es infinito. - Dije.
- Pues como esto que estamos viviendo. - Finalizó.

Y paseamos juntos por la playa, juntos, de manos, uno al lado del otro. Dejándola atrás con cada unos de nuestros pasos. Dejándola sola para otro día seguir escribiendo nuestra historia.

domingo, 9 de mayo de 2010

¿Cuántas estrellas habrá en el cielo?

Y ahí estábamos los dos otra vez. En esa playa que se había convertido en nuestra compañera. Paseábamos juntos de la mano por la orilla, como solíamos hacer desde hace un tiempo.

- ¿Qué sientes ahora? – Preguntó.
- ¿A qué te refieres? – Contesté extrañada.
- ¿Acaso no sientes algo ahora mismo? No sé, te noto callada pero, a la vez, pensativa. ¿Qué te pasa ahora mismo por la mente? – Me aclaró.
- Sí, no te miento, estaba pensando. Pensaba en ese mundo que hemos creado. Ese en el que no dejamos que las adversidades entren. Me conoces perfectamente, al detalle diría yo, y yo a ti también. Por eso, sabemos estar con nuestras diferencias y, a la vez, resaltar nuestras compatibilidades. – Le expliqué.
- Pero, ¿Eso es malo? – Curioseó.
- No al contrario, no lo digo como algo malo, ni mucho menos, al contrario más bien. – Dije.

Ninguno lo de los dos volvimos a decir nada. Caminábamos por la orilla en silencio, pendiente de nuestros pensamientos, atendiendo sólo a ellos. Llegamos hasta el final de la playa. Hasta esa zona en la que se encuentran esos pequeños riscos que albergan en su interior pequeños lagos de agua salada, como consecuencia del oleaje. Me detuve ahí, para, acto seguido, sentarme en la arena. Le miré esperando a que él también se acomodara a mi lado. Sin embargo, no lo hizo. Se alejó de mí, buscando algo. Finalmente, lo encontró: una pequeña piedra plana. Comenzó a lanzar piedras del mismo tamaño hacía el mar. Yo, por el contrario, no podía apartar mi mirada de él. Entonces, en ese momento se giró hacía mí mientras sonreía:

- ¿Has visto eso? Conseguí que saltara cinco veces por encima del agua antes de hundirse. ¡Nunca antes lo había conseguido! – Exclamó.
- Sinceramente, no lo vi. Estaba más pendiente de otra cosa. – Sonreí algo tímida.
- ¿Otra cosa? ¿Qué observabas, cómo baten las olas por ahí? – Dijo mientras se acercaba hasta donde yo permanecía sentada.
- No, miraba al ser más perfecto que existe sobre la faz de la Tierra. – No podía parar de sonreír y decir esas palabras me producía una felicidad plena.
- Imposible. – Contestó, a la vez que se arrodillaba enfrente de mí. – Yo lo conozco y es imposible que tú puedas observarlo – Prosiguió.
- ¿Ah, sí? ¿Lo has conocido? Y, ¿quién es? – Indagué.
- Lo conoces más de lo que crees, convives con él día y noche. Es una chica, más o menos alta, pero que yo siempre la llamo enana. Castaña, aunque siempre la llamo rubia, sólo porque sé que le molesta. Sonrío si veo que ella lo hace. Sus labios son muy cómodos y sus besos son perfectos. ¿Sabes, ahora, quién es? – Me preguntó.
- Pues como no sea alguna de tus admiradoras secretas, no, no la conozco – Bromeé.
- ¿Sabes lo que te digo? – Sonrió.
- Dime.

Y me besó. Tan sólo me besó. Y seguimos así durante unos instantes, tan sólo sintiendo lo que estaba pasando en ese momento. Sintiendo que estábamos solos en esa playa, que estaba desierta alrededor nuestro. El ruido de las olas a lo lejos hacía que todo fuera más relajado, más íntimo, más romántico. Sus labios se despegaron de los míos.

- Eso es lo que te digo. – Dijo.
- Pues no ha estado nada mal, ¿eh? Deberías decírmelo más veces. – Reí.
- Si por mí fuera no separaría mis labios de los tuyos ni un solo instante. – Se sinceró.
- ¿Has visto? Otra vez se nos ha hecho de noche y no nos hemos dado ni cuenta.
- ¿Sabes por qué? Porque estaba observando al ser más perfecto que existe sobre la faz de la Tierra. – Me remedó.
- Y ahora soy yo la que te digo que eso es imposible. Porque ahora mismo estoy observándole y dudo que tú también lo puedas hacer. Lo tengo enfrente de mí ahora. Es un chico. Uno al que le llamo carapan. Uno al que me gusta llamarle borde, tan sólo por ver la reacción que tendrá después. Uno que mueve masas entre las féminas de sus alrededores. ¿Sabes tú quién es? – Le pregunté.
- Pues… no sé, como no sea uno de tus amantes, no creo que lo conozca. – Bromeó él.

Entonces ahora me decidí yo. Me abalancé sobre él, haciendo que se cayera sobre la arena, esa que tanto había querido evitar. Y le besé, le besé como jamás antes lo había hecho. Y continuamos ahí: él acostado boca arriba sobre la arena y yo recostada encima suyo, a su lado. Nos quedamos ahí un rato, mirando las estrellas. Desde ahí se podían ver perfectamente, pues no había ninguna luz que les pudiera hacer justicia.

- ¿Sabes cuántas estrellas habrá en el cielo? – Quise saber.
- No, y tampoco me importa mucho su número. – Fue su respuesta.
- ¡Ains, qué borde eres! – Exclamé.
- ¿Borde yo? ¿Por qué? – Se molestó.
- No te enfades, ya sabes que lo digo de broma. Sólo lo dije por tu respuesta. – le aclaré.
- Bueno, he dicho que no me importa su número, porque aún contándolas seguro que es mucho menos de lo que yo te quiero a ti.
- Y entonces, ¿cuánto me quieres a mí? – Pregunté.
- Infinitas veces infinito. – Sonrío.
- ¡Qué casualidad! Muy parecido a mí, pero lo mío es infinitas veces infinito por dos.
- ¿Sabes? Me encanta nuestro mundo. – Musitó.
- A mí también. Es un lugar perfecto que hemos creado nosotros, sólo nosotros, y que jamás encontraremos uno igual.
- Efectivamente, nunca lo habría definido mejor. – Finalizó.

Y permanecimos ahí, hablando y riendo mientras observábamos las estrellas. Mientras la brisa del mar hacía que nos uniéramos más. Donde las olas batían a lo lejos.

lunes, 3 de mayo de 2010

Creando mundos...

Era una tarde de verano. Recalco, una tarde, calurosa, de verano. El sol daba de frente pero, a la misma vez, corría una suave brisa que hacía más llevadero el calor que hacía. Él y yo sentados en frente de esa playa. Esa que se había convertido en nuestra compañera de tardes desde hacía, ya, un par de meses. Estuvimos un rato en silencio, observando el vaivén de las olas, como ellas chocaban con las rocas que se encontraban apenas a unos metros por debajo de nosotros. Entonces su voz rompió el silencio:

- ¿Qué te pasa?
- ¿A mí? Nada - intenté disimular.
- Sé que te pasa algo, te conozco demasiado, a mí no me puedes mentir. - Afirmó. Y es verdad, si había alguien en el mundo a quién no le podía engañar era a él, entre otras 4 personas más.
- No, en serio, no te preocupes no es nada. - le quité un poco de importancia para que no se preocupara.
- Oye, puedes contarme lo que sea, sabes perfectamente que estoy aquí para lo que necesites.
- Ya... Es que, ¿sabes? Tengo miedo. Tengo miedo del amor. - Conseguí pronunciar al fin.
- ¿Miedo? Siempre has creído que el amor es ese sentimiento único, que experimentas cuando esa persona te complementa, cuando llegas a ser uno con ella. Ese sentimiento que te hace flotar por encima de las nubes e, incluso, por encima de las estrellas. Dudo que alguien como tú, sienta miedo del amor. - Me contestó él.
- ¿Acaso no puedo sentirlo ahora? ¿Por qué te parece tan irreal que me sienta así? - Quise saber.
- Porque ya te lo he dicho, te conozco, te conozco muchísimo y jamás tendrías miedo al amor. - Fue su respuesta.
- Te noto más convencido a ti que yo misma. Es cierto, creo que el amor es todo ese sentimiento, pero temo no volverlo a tener nunca. Me han hecho daño, ¿sabes? Pero aún así, y no sé porqué, sigo teniendo la esperanza en él. Por cierto, ¿cómo has sido capaz de describir tan bien el amor? - Pregunté.

Su expresión de la cara cambió. Me miró fijamente a los ojos. Tenía una mirada intensa. Sus ojos oscuros se clavaron en mí y por un momento me sentí intimidada, pero, al mismo tiempo, era como un hechizo del que no me podría librar, pues ninguno de los dos queríamos apartar nuestras miradas del otro. Entonces al fin, consiguió responderme:

- Pues, porque esa sensación es la que tengo siempre cuando te miro. - Se sinceró.

Creí que el mundo se paraba. El corazón no dejaba de latirme con fuerza. Con una fuerza que retumbaba en mis oídos. Tanto era el sonido de mi corazón que por un instante no pude escuchar las olas. Le miré de nuevo, pero esta vez examinando bien su rostro. Intentando identificar alguna pista que me diera a entender que era una broma. Pero no fue así. No dió señales de mentira o de burla. Entonces, mientras todavía seguía atónita, continuó:

- No te preocupes, sé perfectamente que yo no seré para ti. Nunca seré tu tipo, te gustan con menos pelo - Intentó bromear para quitarle tensión a la situación.

De la misma forma, mientras me reía, yo le contesté:
- Hombre, el pelo siempre se puede depilar.

Entonces ambos estallamos en carcajadas que resonaban por toda la playa. Parecía todo tan perfecto, tan idílico. El sol comenzaba a ponerse poco a poco entre las montañas del fondo, cerca del mar. ¿Ya? ¿Tanto tiempo ha pasado?

- ¿Sabes? Ahora sí que no le tengo miedo al amor. - Le dije mientras le sonreía.
- Ah, ¿no? ¿Y qué te ha hecho cambiar de opinión?
- Tú.
- ¿Yo? ¿Y por qué yo?
- Pues porque desde hace un tiempo, desde hace unos meses, cuando volvimos a reencontrarnos, cuando volvimos a quedar después de tanto tiempo, sentí que estabamos destinados a estar juntos. Y es irónico, no creo en el destino, pero creí que podríamos funcionar juntos. Renegué del amor, del amor que sentía hacía ti, por miedo al rechazo. Por miedo a que me volvieran a hacer daño. Pero, ¿sabes? Creo que tenemos que arriesgarnos en la vida para poder alcanzar lo que queremos. Las metas que nos proponemos. Tú eres mi próxima meta. ¿Qué me dices? - Pregunté mientras observaba cada movimiento de su cuerpo.
- ¿Qué te digo? Pues... te quiero. Eso es lo que te digo, ¿qué te parece? - Dijo buscando la aprobación en mis ojos.
- ¿Qué me parece? Pues creo que te ha faltado un poco de sentimiento, lo he notado muy... plano - Le respondí mientras no podía parar de sonreir. Esa sonrisa pícara que siempre ponía para conseguir lo que quería.
- Ah, ¿Sí? ¿Eso te parece? Pues bien... ya no te diré más que te quiero... - se "enfadó".
- Pues si no me vas a decir que me quieres, has cometido un error puesto que al negarlo lo has vuelto a decir, por lo que has faltado a tu palabra.
- ¡Dios! ¿Por qué siempre tienes que buscarle el fallo a todo? - Se reía.
- Porque soy así. Siempre lo he sido, por eso me conoces tan bien.
- Sí y, además, por eso te quiero... - musitó.
- ¿Sabes una cosa? Yo también te quiero. Te quiero muchísimo.

Entonces nuestras miradas se volvieron a juntar. Mi respiración comenzó a entrecortarse, de la misma forma que me pasaba cuando él me miraba. De nuevo mi corazón volvía a latir ensordeciéndome. Nos fuimos acercando lentamente el uno al otro. Hasta que por fin, nuestros labios se juntaron. Nos transmitimos en ese beso mucho más de lo que podíamos hacer con las palabras. Después, me abrazó, mientras yo me acurrucaba a su lado, apoyando mi cabeza en su hombro, a la misma vez que nos quedamos mirando hacía el mar.

- ¿Te has dado cuenta? Ya es de noche... El tiempo se me pasa volando cuando estoy a tu lado - Consiguió decirme.
- Sí, ya me dí cuenta. Y ahora yo te pregunto, ¿si el tiempo pasa tan rápido, para qué vamos a desperdiciarlo estando separados?
- Eso mismo me pregunto yo.

Y con un beso sellamos lo que sería nuestro amor eterno.

viernes, 23 de abril de 2010

Dije, dijiste, dijimos...

-Te quiero - dije.
Entonces su corazón dió un vuelco. Te adoro - respondió.
Y me perdí en sus ojos. Abrázame - pedí.No dudó un momento y entre sus brazos me encontraba, respirando el olor de mis cabellos, sus ojos derramaban gotas de agua. No te vayas, te lo pido - Susurró.
Y entonces mi corazón es el que dió un vuelco. Siempre estaré - prometí.

Y entonces me besó. Sentí que volaba, que estaba suspendida en el aire, nada existía solo nosotros, y le volví a besar.

- Solos tú y yo, nos comeremos el mundo - Me susurró al oído. Entre sus brazos me tenía. ¿Es un sueño? - preguntó
- No, soy real, eres real, somos reales - Contesté.
- Te amo - gritó

Y me quedé sin palabras mientras sonreía. Solamente quería que ese momento no cesara...

- Te quiero - le volví a decir mientras nos quedábamos mirándonos a la vez que el aire nos alborotaba el pelo... Mi cara fue acariciada con su mano y mis labios rozados por los suyos...
Conseguió que me estremeciera. ¿Por qué? me pregunté.

- ¿Te estremeciste? - Me preguntó.
- Sí, siempre que me miras - Le respondí.
- Amo nuestra historia ¿sabías? - Afirmó.
- No, no lo sabía. Y ¿por qué? - Quise saber.
- Por todo lo que significa, la veo totalmente increíble. ¿y a ti? - Preguntó él.
- Pues me encanta por cómo me siento contigo, cómo me miras, cómo me tratas, haces que todo sea distinto, que puedo cumplir todo lo que deseo, haces que me sienta tan bien... te quiero. - Contesté.
- ¡Dios, es que eres perfecta! ¡Encajamos perfectamente! - exclamó.
- Si soy perfecta y encajamos perfectamente, entonces tú también eres perfecto. - Dije.
- Te amo... - Finalizó.

viernes, 16 de abril de 2010

Una mañana...

Acaba de salir el sol. Lentamente se va colando por entre los espacios huecos de mi persiana. Finalmente su tenue luz va alcanzando mi cara hasta que al final, muy despacio consigue despertarme.

Abro lentamente los ojos, muy despacio me voy moviendo entre las sábanas. Al final consigo moverme más y me doy la vuelta. Una leve respiración acaricia mi frente, mi pelo. Algo extrañada abro otra vez los ojos y te veo. Tú, por fin ahí. Tú, durmiendo a mi lado. Contemplando tu cara por un rato, me detengo en tus facciones. En tus ojos, en tu nariz, en tus labios. Pareces tan inocente, tan niño. De vez en cuando algún movimiento de tu cuerpo, algún espasmo pero que no logra despertarte. Casi ni lo percibes. Y yo sigo así, horas y horas contemplando sin poder evitar que me nazca una sonrisa en los labios.

Noto como poco a poco te va molestando el sol, como él te va alejando lentamente de los brazos de Morfeo hasta que al final abres los ojos. Parpadeas durante un rato acostumbrándote despacio a la luz y me miras. Me has pillado, justo en el instante en el que te estaba admirando. Ahora, incluso pareces más inocente que antes, la luz te da un toque de ángel. Mi ángel.

Y nos quedamos un rato así, tú mirándome y yo mirándote a ti. Sin decir nada, sin pronunciar palabra. El tiempo parece pararse, todo lo que nos rodea no existe. Este instante es nuestro. Pasadas las horas, que yo calificaría como segundos, consigues que el aire pase por tu garganta haciendo sonar tus cuerdas vocales, dejando que el sonido que estás produciendo pase entre tus labios, y con la misma expresión, e incluso más tierna, pronuncias: "Te quiero princesa". Esas tres palabras, esas tres simples palabras, son las que hacen que mi mundo cambie por completo...

Después de haber roto el silencio entre los dos, nos abrazamos, no pegamos más al otro, noto tu corazón, oigo los latidos que se acompasan con tu respiración, que hacen que se mueva mi pelo. Y quedarnos así, eternamente así, y que nadie nos interrumpa, que nadie me quite lo que es mío, lo que es nuestro. Tú, yo y, junto a nosotros, la eternidad...

jueves, 1 de abril de 2010

Diario de una insensible XV.

Un día se despierta, ya nada era como antes, pero ha mejorado mucho la situación actual. Ya no tiene miedo, se siente segura, se siente positiva. Ve la vida con otro tono, aparte del gris, ve colores a lo lejos. Dos palabra suponen para ella todo.

Dos palabras de quién las necesitaba oir, han hecho que todo cambie repentinamente de color. Hay otra palabra que también alegra su corazón y para llegar a ella tan sólo una espera de 3 meses. Puede que sean muchos, pero si con la espera alcanza el cielo, ¿qué importa el tiempo?

La vida le ha dado una vuelta. Ella ya no es la misma, no, pero tampoco es una insensible...

martes, 23 de marzo de 2010

Dario de una insensible XIV.

Y ella se siente como una princesa. Como una princesa india. Una que es custodiada por un tigre. El más grande y maravilloso que existía en la India. El mejor tigre, el más audaz y el más rápido. No existía, ni existe rival que pueda con él. Nadie se atreverá a dañar a la princesa, pues él no se lo permitirá.

Ella, dueña de sus fantasías, quiere pensar eso. Quiere pensar que será como esa princesa. Quiere pensar que no está sola, que jamás existirá el dolor, pues ya se ocupan de que eso no vuelva a pasar. Pero... aún así las dudas asaltan su cabeza. Irrumpen en su mente, dejándola sola con sus pensamientos. Interrumpiendo ese sueño. ¿Y si realmente no fuera una princesa?

Ella ya no es la misma. Ella se ha convertido en una insensible, que de vez en cuando se siente como una princesa...

domingo, 21 de marzo de 2010

Diario de una insensible XIII.

Ella ya hasta se ha olvidado escribir en su diario. Ella ya está viendo poco a poco la luz que le conduce de nuevo a estar bien. A estar tranquila. Ella ha conseguido que el dolor pase lentamente, pero al mismo tiempo que pase rápido.

Ella insegura, ella sin pensar decide recorrer los caminos que tiene la vida. Tan sólo sintiendolos. Dejando que las presencias de las personas que están a su lado, de sus amigos, le ayuden en este sendero.

Gracias a ellos, ella ha conseguido ser fuerte. Ha conseguido a alcanzar de nuevo la felicidad. Porque la gran felicidad se compone de otras más pequeñas. Que sólo son posibles disfrutando día a día.

Ella ya no es la misma, ella se ha convertido en una insensible, que está saliendo de esa insensibilidad...

martes, 16 de marzo de 2010

Diario de una inseible XII.

Ella hoy va a chillar, ya se ha cansado de tanto llorar. La vida trae muchas decepciones pero, de vez en cuando y sin esperarlas, casi por sorpresa, también muchas alegrías.

Ella se ha dado cuenta de una cosa: para llegar a la felicidad hay que pasar por unos momentos de dolor. Sí, esa es la nueva lección que le ha dado la vida. Sufre y siente el dolor de esa forma podrás fortalecerte y crecer cada día.

Ella ya no es la misma. Ella se ha convertido en una insensible, que ha sabido aprender del dolor
.

domingo, 14 de marzo de 2010

Diario de una insensible XI.

Ella niña inocente. Ella chica despreocupada. Ella mujer con un largo futuro. Cae en una espiral en la que le es difícil salir. Todo lo que tiene, o ha tenido, se va desmontando poco a poco.

Sus pensamientos e ideas están confusos en algún rincón de su mente. De esa mente que no ve más que oscuridad. Negra oscuridad. Pero, a pesar de eso, siempre hay pequeñas luces, pequeños puntos de luz que hacen que vea las cosas de otra forma. Más grises. Porque nada es blanco o negro. No existen los extremos absolutos. Existen los términos medios, el justo medio.

Ella ya no es la misma. Ella se ha convertido en una insensible, que busca su término medio...

miércoles, 10 de marzo de 2010

Diario de una insensible X.

Ella, persona optimista con los demás. Ella, persona pesimista consigo misma. Ella amante de la vida, se ha convertido en una mera espectadora de su historia. Pasan imágenes ante ella. Imágenes confusas. Imágenes muy nítidas. Imágenes cargadas de recuerdos. Imágenes de nuevas experiencias. Pero se límitan a ser eso: Imágenes. Ya no disfruta de los momentos. No se esfuerza por sentir esas imágenes. Por vivirlas.

Ella lucha por sobrevivir cada día. Lucha para ser mejor cada día. Lo intenta con todas sus fuerzas. Pero la pregunta es... ¿Lo alcanzará algún día?

Ella ya no es la misma. Ella se ha convertido en una insensible.

sábado, 6 de marzo de 2010

Diario de una insensible IX.

Ella sin miedo a amar, sin miedo a demostrar, vivía la vida. Disfrutaba de cada minuto, aprovechaba hasta el mínimo segundo que tenían juntos. Ahora ya no le queda nada, vaga solitaria por la ciudad. Piensa y recuerda. Eso es lo peor: recuerda. Cualquier rincón, por muy lejos que esté, hace que ella le recuerde. Hace que piense en todo lo que tenía, en lo que tenían.

Su ánimo decae cada día, cada momento. Pero siempre hay esperanza, aunque ésta esté lejos. Esperanza por tiempos mejores. Esperanza por volver a tener la felicidad de antes.

Ella ya no es la misma. Ella se ha convertido en una insensible, que tiene la esperanza de ser feliz...

miércoles, 3 de marzo de 2010

Diario de una insensible VIII.

Ojalá ella encontrara la fórmula perfecta para aliviar su malestar. Ojalá existiera el remedio que le ayudara a salir de esta espiral en la que se ha metido. En esta montaña rusa en la que se ha convertido su vida. Días arribas pero demasiados días abajo.

Se disfraza con máscara de carnaval para ocultar su cara. Finge una sonrisa cuando por dentro su corazón, a punto de morir, sigue llorando. Sigue sufriendo y sintiendo el dolor. Ese dolor intenso que la mata por dentro.

Está confusa. No sabe qué pensar, qué decir, cómo actuar. Ojalá todo fuera distinto. Ojalá que todo esto fuera tan sólo una pesadilla. Pero no, esto se llama: La cruda realidad.

Ella ya no es la misma. Ella se ha convertido en una insensible.

domingo, 28 de febrero de 2010

Diario de una insensible VII.

Ella apasionada por la vida, con ansias de vivir, se consume día a día, segundo a segundo. Ya lo ha dicho en más de una ocasión, pero ahora le ha vuelto el dolor. Ese dolor que palpita por dentro con ganas de salir. Ese dolor que consigue hacerla envejecer más cada instante. Que la mata lentamente cada segundo.

Palabras mal entendidas, o con doble significado, llegan hasta su corazón, casi marchito, y lo destruye en mil pedazos. En más de mil pedazos de los que ya estaba roto...

Ella ya no es la misma. Ella se ha convertido en una insensible, pero que a veces sufre el dolor...

sábado, 27 de febrero de 2010

Diario de una insensible VI.

Ella se ha dado cuenta de que cada vez se encuentra más sola. Que parece que hasta la gente que está a su alrededor, que dice que la quiere, desaparece.
Ella se ha dado cuenta que la vida, aunque tiene partes buenas, también trae muchas decepciones... Demasiadas decepciones.

¿De qué sirve rodearse de gente, si por dentro se siente sola? Esa es una de las peores sensaciones que ha sentido. La soledad. Sin embargo, ha aprendido a disfrutar de ella, pero... hay veces que necesita sentir que le importa a alguien. Afortunadamente, siempre existe alguien. Siempre hay alguien que está ahí para demostrarle que no está sola realmente...

Ella ya no es la misma. Ella se ha convertido en una insensible, que necesita cariño...

viernes, 26 de febrero de 2010

Dario de una insensible V.

Ella, chica adulta, chica semiadulta, intenta seguir, intenta caminar, pero siempre hay algo que la pisa, que hace que se caiga.

Los recuerdos la acompañan, día y noche y vuelta a empezar. Día tras días, hora tras hora, minuto a minuto. Sus recuerdos se apoderan de ella, hacen que se sienta igual de bien que aquel día, que aquel momento. Entonces es cuando pasa algo. Algo que hace que caiga a la realidad de nuevo. Se da cuenta de que ya de todos esos recuerdos no le quedan nada. Son sólo eso: recuerdos...

Ella ya no es la misma. Ella se ha convertido en una insensible, que se alimenta de sus recuerdos.

jueves, 25 de febrero de 2010

Diario de una insensible IV.

Ella conoce a gente, gente muy diversa. Con problemas, muy graves problemas. Entonces es cuando recapacita, piensa y se plantea: ¿Y yo me quejo por lo que tengo?

El ser humano tiende a ser egocentrista por naturaleza. No sabe ver más allá de sus propios sentimientos, de su propia nariz. Cuando ve que la gente que la rodea y que está a su lado sufre, es ahí cuando se da cuenta de que es una pequeña hormiga entre miles de millones.

Ella ha descubierto tres rasgos que se encuentran, generalmente, en el ser humano: La estupidez, el egoismo pero, también, la preocupación por los demás. Se considera una persona insensible, con el corazón como un témpano, que ya no desprende calor. Sin embargo, existe una pequeña parte en ella, aunque sea mínima, que hace que ese corazón vuelva a calentarse: la preocupación.

Ella ya no es la misma. Ella se ha convertido en una insensible, pero hay momentos en los que se olvida de ello.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Diario de una insensible III

A veces, hasta la persona más insensible desearía no hacer daño a nadie... Pero muchas veces es difícil de conseguirlo.

Ojalá el mundo fuera fácil y, por lo tanto, la vida fuera sencilla. Aunque técnicamente lo es, nosotros somos quienes hacemos las cosas más dificiles de lo que paracen.

Sentimos, pensamos, volvemos a sentir y a pensar. Eso es lo que hace que todo tenga mayor complejidad. Los sentimientos forman una parte importante de las personas. Sentimientos de culpa, de dolor o simplemente de cariño. Nos acompañan siempre y muchas veces más de lo que deseamos. Simplemente hay que dejarse llevar, conscientemente, por ellos. Saber qué es bueno para seguir, para evolucionar y que no lo es tanto para aprender. Eso le hace pensar a ella, ¿dónde está el límite cuando ama a alguien? ¿Quién pone el límite entre esa persona y ella?

Ella era divertida, espontánea, siempre alegre e intentaba siempre estar ahí cuando los demás la necesitaban. La tachan de presumida e hipócrita. De falsa y mentirosa. Ella ha visto como algo que ha construido en días, meses y años se ha destruido. Pero sólo le queda seguir. Evitar los errores cometidos y aprender de los nuevos.

Ella ya no es la misma. Ella se ha convertido en una insensible. Aunque de ve en cuando salen a la luz ciertos sentimientos.

martes, 23 de febrero de 2010

Diario de una insensible II.

Ya no sabe qué hacer, ya no sabe cómo actuar. Las lágrimas dejaron de recorrer sus mejillas enrojecidas, pero su dolor sigue dentro. Nadie se lo imagina, nadie puede hacerse a la idea de lo que ella siente. Simula entereza, inventa ilusiones, crea sonrisas, pero no saben cómo vive por dentro.

El pesimismo es su nuevo amigo. Van de la mano juntos, pues no hay otra salida. El dolor ha llegado a formar parte de sus noches, pero también de sus días. Su corazón, enfermo, ya no marca los alegres latidos de antaño. Poco a poco todo se destruye.Su mundo se destruye.

Nadie sabe cómo ayudarla, nadie se puede imaginar qué es lo que le falta. El ego, el mínimo ego que tiene, es lo único que le queda. Lo único que le da fuerza. Esa fuerza que simula y que tanto le valoran.

Ella ya no es la misma. Ella se ha convertido en una insensible.

domingo, 21 de febrero de 2010

Diario de una insensible.

Hay palabras que duelen. Palabras que marcan. Palabras que desearías no haber odio, no haber dicho...

Ansiedad, nervios, dolor... Un cúmulo de sentimientos, de sensaciones, de preguntas... Muchas preguntas se te pasan por la cabeza. Muchas dudas que jamás tendrán respuesta... Y total ¿para qué? Te hace consumirte lentamente, hace que mueras poco a poco, cada día más, cada vez más.

Ella era así. Ella se sentía así. Abrió los ojos, miró las cosas desde fuera, se dio cuenta de que las cosas suceden y siempre vienen por algo. Cosas que se acaban para dar pie a nuevas experiencias y nuevas sensaciones. Momentos diferentes, que forman parte del sendero que deberás de recorrer, con nuevos obstáculos pero también con nuevas metas. Personas que van y que vienen. Pero una cosa sí que permanecerá del camino ya andado: El Amor, los sentimientos, personas importantes, momentos que jamás se olvidarán y que jamás borraras. Lástima que ella haya perdido eso que tanto anhelamos, eso que tanto deseamos: la felicidad.

Ella ya no es la misma. Ella se ha convertido en una insensible.

miércoles, 13 de enero de 2010


http://www.flickr.com/photos/dreams-princess/4270387888/

Hoy nací yo :D Efectivamente, hoy es mi 18 cumpleaños y la verdad que me asusta muchísimoesa edad, pero por otra parte supone cosas nuevas en mi vida, una etapa que se va pero otra entera que llega en blanco para poder ir escribiendo poco a poco, espero que con más cosas buenas que malas.Ahora vendrá la típica frase de la familia: ¿Cómo te sientes teniendo 18?Cuando me lo preguntaron a los 17 le dije igual que ayer, nada nuevo, hoy por hoy, no estoy muy segura de que contestara lo mismo, la verdad...
Gracias a todos los que vinieron a mi cumple el sábado, y gracias, en especial a ti, por estar ese día ahí. Te amo.