viernes, 6 de agosto de 2010

Un golpe de suerte. Tercera parte.

3.

Siete de la mañana, mi despertador suena y a trompicones consigo pararlo. No sé porqué pero la cabeza me daba vueltas, será de la resaca de no haber dormido mucho. Tal y como hice el día anterior, me dirigí al baño y luego a la cocina y para mi sorpresa algo había ahí. En la pequeña barra americana había una bandeja con un buen desayuno: bollería, tostadas, mantequilla, mermelada y un tazón de leche. Pero no era todo, también había una nota que tenía puesto mi nombre: Erleen, me he tomado la molestia de hacerme con las llaves de tu casa para darte esta sorpresa y así que no te tuvieras que estar esforzando para saber qué desayunabas hoy. Dado que tu cocina estaba vacía también me he tomado la molestia de comprarte algunas cosas más que pueden ayudarte a reponer fuerzas y a desayunar bien, porque recuerda: “El desayuno, es la comida más importante del día”. Ah, por cierto, no te preparé nada, porque no sabía como te tomabas la leche. Sí es que tomas leche. No todo podía ser tan fácil, ¿eh?
PD: ¡Buenos días, enana!

Adam.

Estaba que no salía de mi asombro. ¿Por qué se habrá molestado tanto? No debería de haberlo hecho. Hoy cuando le vea se lo digo. Mientras sigo con esos pensamientos y casi por inercia me voy tomando todo ese desayuno. Y continúo con el ritual, me voy al cuarto y decido qué me pongo. Hoy creo que voy bien con este conjunto, sí. Me maquillo, me cepillo los dientes. Cojo mi bolso y mi carpeta y me dirijo hasta la puerta, y para mi sorpresa ahí estaba él.

- ¡Buenos días! ¡Vaya, estás guapísima! Bueno… no es que ayer no lo estuvieras… pero es que… - Dijo intentando salvar la situación.
- Tranquilo, sé lo que quieres decir. Además, sí, ayer cogí lo primero que vi, no tenía muchas ganas de esmerarme mucho con mi atuendo. Hoy, sin embargo, me he levantado más positiva, como con más ganas. – Contesté con una sonrisa en los labios.
- Eso va a ser el súper desayuno. ¿Cuánto hará que no desayunas bien? – Hizo una pregunta retórica.
- Concretamente, comer bien, sea cual sea la comida, no lo hago desde hará un mes, pero eso es una historia que quiero dejar aparcada. ¿Qué? ¿Te apuntas otra vez conmigo en el coche hasta el hospital? – Pregunté mientras le guiñaba el ojo.
- ¡Claro, eso no se pregunta!

Y nos dirigimos a comenzar nuestra jornada. Sin embargo, hoy fue diferente, se me pasó más rápida. La compañía de Adam ya no me provocaba escalofríos ni rubor. No sé qué me habría pasado el día anterior. Sin duda, era una estúpida. Y llegó el final de la jornada, que como ya dije, se me pasó volando. Entonces la gran pregunta:

- ¿Te apetece que vayamos a cenar fuera?
- ¿Tú y yo? – Pregunté.
- Emmm… sí, creo que el enanito verde que tienes a tu lado todavía no le va eso de comer con gente más alta que él y, sobretodo, con alguien tan guapa como tú. – Dijo entre risas. – No, ahora enserio. Sí, te invito a cenar donde tú quieras.
- Vamos a cenar, pero nada de que me vas a invitar, vamos a medias. – Refunfuñé.
- Bueno, ya se verá.

Y no me dio tiempo de replicar puesto que me cogió del brazo y echó a correr hasta el coche. Era algo tan raro, hasta el momento jamás me había sentido así. Jamás había sentido como el viento alborotaba mi pelo mientras corría hasta mi coche para, después, ir a cenar con, prácticamente, un desconocido. Elegimos un sitio que no era muy caro, pero en el que se comía muy bien. Y parece mentira que otra vez estemos hablando y que otra vez nos estemos contando todo. Y comenzó a clarear cuando decidimos volver a casa.

Afortunadamente, era sábado: hoy no había prácticas. Tras el mismo ritual de ayer, aparcar el coche, llegar hasta nuestro edificio, subir las escaleras, pararnos en mi puerta y despedirnos cerré la puerta a mi paso. Ya estaba en casa otra vez y sentía como las paredes ya no menguaban como otras veces, más bien estaban como siempre. Un poco cansada y aturdida por el sueño, tanteé la cama y me escurrí entre las sábanas y de repente: ¡Bip, bip! Mi móvil… ¿Quién será tan temprano? “Mensaje nuevo”: Gracias por este día estupendo. Gracias por esa cena maravillosa. Gracias por dejarme abrirme a ti. Gracias por abrirte tú a mí. ¡“Buenas noches”, enana!
Otra vez, Adam y sus sorpresas. Y el corazón me dio otro vuelco y no me lo puedo creer. ¿Qué me está pasando? Y con esa pregunta, caí rendida en la cama.

Continuará...

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