martes, 11 de septiembre de 2012

Pequeña rosa de los vientos.

Ella fue alguien al que le costaba buscar y encontrar su camino. Ella era aquello que vagaba sin dirección, sin rumbo. Aquella que pasaba inadvertida por la calles abarrotadas de gente de la ciudad. Amaba sentirse así. Amaba que pasara por sitios sin llamar la atención. Incluso amaba caminar sin dirección ni rumbo concreto. Sin lugar fijo al que ir.

Frecuentaba mucho el parque de la segunda esquina a la izquierda según salía de su casa. Un sitio grande, lleno de naturaleza y de vida. Sobretodo, de vida. Ella vagaba por los caminos internos del parque sin saber a qué parte le apetecía ir. Sin embargo, por inercia, sus pies siempre la colocaban en el mismo lugar. Día sí y día también. Era un lugar relativamente apartado, pero amplio. Rodeado de césped cómodo . Además, contaba con unos árboles perfectos que le daban la sombra justa cuando iba a las 4:28 de la tarde. Su hora favorita para salir.

Casi sin contar con ello y sin pensarlo, se tiraba en el césped y se ponía a analizar las nubes. Aquellas que aparecían entre las copas de los árboles. Se sorprendía a sí misma siempre que imaginaba las formas. Cada cuál más loca y atrevida que la anterior.

Al cabo de unas semanas de hacer la misma ruta, aunque en días alternos, se percató que, al parecer, no era la única que frecuentaba ese lugar. Un chico más o menos de su edad solía estar ahí, unos cuantos árboles más allá haciendo prácticamente lo mismo que ella.

¿Cómo era posible? Nunca había visto que alguien actuara como ella. Por lo general, la gente iba acompañada a cualquier sitio - Cosa que ella jamás entendía - . Quizás era alguien como ella, sin miedo a la soledad.

Pasadas las semanas sentía la necesidad de buscarle antes de tirarse en el césped como hacía por costumbre. Sin embargo, estaba faltando muchos días seguidos. Hacía ya tiempo que no coincidían. Eso quería pensar ella. No podía no creerse que tuviera esa ansiedad por no verle. Se sentía como un niño cuando no encontraba a su madre en el supermercado. - Estás loca E - se repetía.

Cuarta semana, por fin, apareció él. Creía que se le saldría el corazón por la boca. Sus latidos eran tan intensos que el sonido de su circulación le colapsaban todos los sentidos. La ensordecían, e incluso, la cegaban. Se sentó esperando a que esa sensación acabara. Esperando que las bocanadas de aire que inhalaba le ayudaran a estabilizarse.

De repente, unos pies se posaron delante de su visión y sus oídos parecieron recuperarse, ya que oyó perfectamente esa voz diciendo: - Oye, ¿estás bien?. Recorrió con la mirada el cuerpo del portador de esos zapatos hasta llegar a su cara. Era él. Ella se quedó de piedra, no sabía ni qué responder. Solo dio un triste y soso: .

Tonta. Se repetía una y otra vez para sus adentros. - Eres tonta. ¿Cómo puedes ser tan idiota de contestar solo sí?. A él parecía no convencerle la respuesta puesto que insistió. Ella simplemente se limitó a mirarle a los ojos y asentir con la cabeza.

Pasaron largas horas hablando, conociéndose, descubriendo más con las miradas que con las palabras. Los días alternos pasaron a días continuos. Todos en su compañía. Se maldecía por dentro. Siempre se quejó de que las personas no crearan su vida al margen de los demás que no cultivaran su soledad. Ahora era ella quién necesitaba más la compañía que sus pensamientos. Se había convertido en una más del montón. Según su parecer.

Él era tan diferente, tan distinto, tan él. ÉL. Un día ella le preguntó el por qué se había acercado a su lado para entablar conversación, qué fue lo que le llamó. Él le dijo: - Siempre que te ibas observaba esa Rosa de los Vientos que llevas tatuada a la espalda. Siempre me fijaba porque siempre me ha llamado la atención y supongo que por buscara el camino hacia la felicidad. Tú y tu rosa de los vientos me indicaron el camino hacia la felicidad. Pro lo que, te sentía así como mi brújula, mi pequeño camino. No podía evitar no mirar cuando llegabas y cuando ibas. Me mordía la lengua y me mentalizaba de que debía de quedarme en el sitio. Los dos apartados. Pero cuando te vi así de mal no pude evitarlo tuve que hacerme. Tenía que conocerte. Tú eres mi pequeña rosa de los vientos.