viernes, 20 de agosto de 2010

Un golpe de suerte. Quinta parte.

5.

Hoy, al despertarme, he decidido dirigirme hasta la cómoda, he cogido un cuaderno en el que hace años tomaba notas, aparte, también, he echado mano a un bolígrafo y me he puesto a escribir. Hoy es un día de esos en los que tienes inspiración y tienes ganas de dejar que las palabras fluyan por tus manos y se plasmen con tinta en cualquier trozo de papel que sea.

Hoy en la cama, al girarme te he encontrado a ti, Adam, y es que ya hace tiempo que ha pasado esa maravillosa cena en la que decidimos formar parte vitalicia el uno del otro. Es extraño, hace pocos meses coincidíamos con un choque en la escalera y ahora... juntos. ¿Quién pensaría que estas cosas pudieran pasar? "Los cuentos de hadas no existen" "Eso sólo pasa en las películas de amor en el cine en blanco y negro" me repetía para mí misma cuando sentía que las paredes me asfixiaban. Hace mucho ya de eso.

Hoy me he dado cuenta, con Adam las cosas van como si estuviéramos flotando en una nube. Una gran y esponjosa nube al son de cualquiera melodía típica de cuento en el que como dos enamorados no podemos dejar de mirarnos con esas caras de embobados que se suelen ver en los actores de muchas películas. Sin embargo, había algo que era muy distinto a todos ellos: Esto es la vida real. Es MI vida.

Os preguntareis qué pasó después de aquella cena maravillosa a la luz de la luna en la que nos declaramos amor eterno, ¿no? Pues bien, salid de dudas. Esa misma noche, justo después de cenar, decidimos dar un largo paseo por la playa. Me encanta sentir la arena bajo mis pies, húmeda y fría, algo que no compartimos Adam y yo: él odia la arena. Fue un paseo como nunca antes había tenido, uno en el que había disfrutado más que en toda mi vida. Le miraba mientras caminaba, bañado por la luz de esa luna plateada que parecía sonreír ahí arriba, como la sonrisa de Chesire, el gato de Alicia en el País de las Maravillas. Era fantástica la escena, digna de ser narrada en los más grandes Best-seller, y descrita por el mejor escrito, o escritora, de la historia. Él todo lo que le concierne, todo lo que es, es Perfecto, aunque a decir verdad, ¿qué voy a decir yo? ¿Qué tal si lo dejamos en un es Perfecto, para mí? Sé lo que estáis pensando, esto se está convirtiendo en algo demasiado “azucarado”, vale, ya paro. Aunque no lo creáis en ese paseo hubo muchas risas al igual que diversión. Jugamos a pillarnos e, incluso, a mojarnos. Sin duda, creo que ahí salí perdiendo yo. De vuelta a casa, comenzó la rutina diaria de la despedida, con la única diferencia que ahora tardábamos siglos es decirnos adiós. Una vez en la cama bip bip un mensaje en el móvil: Gracias por esta maravillosa cena preciosa. Gracias por esta noche tan estupenda. Gracias por ser tú. Te quiero muchísimo princesa. ¡Buenas noches, enana!



Continuará.

jueves, 12 de agosto de 2010

Un golpe de suerte. Cuarta parte.

4.

El fin de semana se pasó bastante rápido, con salidas todos los días, además de ir a hacer la compra, que falta me hacía. Me pasaba el día entero con Adam y sin saber porqué descubrí que éramos inseparables que éramos como amigos de la infancia, él sabía todo sobre mí, o eso le hacía creer, y yo todo de él, o eso me hacía creer. Y largas tardes en el parque, largas conversaciones de toda nuestra vida: de nuestra familia, nuestros amigos, nuestros estudios, nuestras ex parejas, de nuestras locuras y de nuestras aficiones entre muchas “nuestras” cosas más. Y así fueron pasando los días, los meses hasta aquel día señalado. Salí de mi habitación y me dirigí hasta el baño para darme una buena ducha, pero algo me frena antes de llegar. Al final del pasillo, en la puerta de la entrada, hay algo colgado y, además, con una nota. Me voy acercando lentamente y cojo la nota para sacarme de dudas:
Erleen lo he visto en la tienda y no he sido capaz de no comprarlo para ti. Espero que te guste y, sobretodo, que sea tu talla. Aún así, otra cosa, póntelo esta noche. Te invito a cenar a un sitio nuevo que he descubierto.

Un beso muy grande,
Adam.

No dudé un segundo y enseguida devolví ese gran paquete que tenía frente a mí: un precioso vestido rojo entallado y largo, con una abertura que permitía que se me viera la pierna. Estuve toda la tarde entusiasmada para la hora en la que por fin me pondría ese vestido. Me preparé, me maquillé, me cepillé los dientes, me peiné de una forma especial, para este día especial. Ya es la hora, me puse el traje y esperé. A los pocos segundos el timbre.

- ¡Buenas noches, princesa! Está usted muy guapa con ese vestido, me alegro de haber dado con la talla perfecta para ti. Además, el estilo te pega mucho.
- Muchas gracias por el detalle, no deberías de haberte esforzado tanto. Es genial, gracias.

Y la noche fue fluyendo poco a poco, cada vez se iba oscureciendo más y yo con una venda en los ojos tuve que ir todo el camino hacia ese gran restaurante donde me esperaba la sorpresa. Entonces el coche se paró y llegamos. Conseguí bajarme con la ayuda de Adam que me ayudo a llegar también hasta nuestra mesa en la que me facilitó el sentarme en la silla y acto seguido me quitó la venda. Estaba en una terraza donde se podía ver una gran luna blanca en el cielo, acompañada de tímidas estrellas y un gran lago a nuestros pies con una enorme cascada. Parecía el paraíso. Tras una buena cena acabamos por charlar un rato como solíamos hacer siempre. Entonces una pregunta que me descolocó por completo:

- ¿Eres feliz?
- ¿Si soy feliz? Claro que lo soy. – Sonreí.
- Te noto diferente a hace unos meses cuando te conocí. La verdad que parece que llegué en el momento exacto. Como si fuera un ángel de la guarda. El primer día que te vi algo me dijo que tenía que ayudarte sea lo sea que te pasara y creo que ya he cumplido mi objetivo pero con un factura muy grande. No pensé que me fuera a pasar esto, pero estar día tras día pendiente de ti, pensando qué estarías haciendo y si estarías bien o no ha hecho que al final, irremediablemente, me haya enamorado de ti. Sí, lo sé no me mires con esa cara, sé que no es lo mismo para ti que para mí y lo entiendo perfectamente y tranquila que seguiremos siendo los amigos de siemp…
- No digas nada más, por favor. Adam, quiero ser tu amiga siempre, no te lo niego pero hay algo que desearía más todavía y es poder compartir mi vida contigo de una forma más íntima, más estrecha, más especial. Yo también he llegado a sentir esa irremediable atracción por ti que hace que si me faltas no pueda respirar, siento que respiro gracias a ti y sí, eres mi ángel de la guarda. Gracias por llenarme de aire los pulmones y gracias por darme la oportunidad de volver a nacer porque estaba muriendo en vida. No sabía qué hacer y tú me sacaste. Sabes lo que he pasado, y lo mejor es que sabes cómo soy: una caprichosa, algo infantil que es una impulsiva y que no sabe muy bien qué hacer con su vida, pero que es capaz de luchar por lo que quiere, que es un poco agobiante a veces y que le cuesta mucho mostrarse como es pero si siendo así una persona perfectamente imperfecta has llegado a enamorarte de mí, ¡¡de mí!! Tú, la persona de la que yo estoy enamorada, entonces ¿qué hacemos perdiendo el tiempo?

Ninguno de lo dos dijimos nada más, tan solo nos quedamos en silencio mientras nuestros labios se iban acercando poco a poco hasta por fin, acabar con ese gran beso. Uno que parecía sacado de una película, al igual que nuestro primer encuentro. Un beso con el que sellamos un amor irrompible, algo duradero que se edificará dentro de una burbuja. La suya, la mía, la nuestra. Y que nada, ni nadie destruirá jamás.



Fin.
O quizás... ¿Continuará?

viernes, 6 de agosto de 2010

Un golpe de suerte. Tercera parte.

3.

Siete de la mañana, mi despertador suena y a trompicones consigo pararlo. No sé porqué pero la cabeza me daba vueltas, será de la resaca de no haber dormido mucho. Tal y como hice el día anterior, me dirigí al baño y luego a la cocina y para mi sorpresa algo había ahí. En la pequeña barra americana había una bandeja con un buen desayuno: bollería, tostadas, mantequilla, mermelada y un tazón de leche. Pero no era todo, también había una nota que tenía puesto mi nombre: Erleen, me he tomado la molestia de hacerme con las llaves de tu casa para darte esta sorpresa y así que no te tuvieras que estar esforzando para saber qué desayunabas hoy. Dado que tu cocina estaba vacía también me he tomado la molestia de comprarte algunas cosas más que pueden ayudarte a reponer fuerzas y a desayunar bien, porque recuerda: “El desayuno, es la comida más importante del día”. Ah, por cierto, no te preparé nada, porque no sabía como te tomabas la leche. Sí es que tomas leche. No todo podía ser tan fácil, ¿eh?
PD: ¡Buenos días, enana!

Adam.

Estaba que no salía de mi asombro. ¿Por qué se habrá molestado tanto? No debería de haberlo hecho. Hoy cuando le vea se lo digo. Mientras sigo con esos pensamientos y casi por inercia me voy tomando todo ese desayuno. Y continúo con el ritual, me voy al cuarto y decido qué me pongo. Hoy creo que voy bien con este conjunto, sí. Me maquillo, me cepillo los dientes. Cojo mi bolso y mi carpeta y me dirijo hasta la puerta, y para mi sorpresa ahí estaba él.

- ¡Buenos días! ¡Vaya, estás guapísima! Bueno… no es que ayer no lo estuvieras… pero es que… - Dijo intentando salvar la situación.
- Tranquilo, sé lo que quieres decir. Además, sí, ayer cogí lo primero que vi, no tenía muchas ganas de esmerarme mucho con mi atuendo. Hoy, sin embargo, me he levantado más positiva, como con más ganas. – Contesté con una sonrisa en los labios.
- Eso va a ser el súper desayuno. ¿Cuánto hará que no desayunas bien? – Hizo una pregunta retórica.
- Concretamente, comer bien, sea cual sea la comida, no lo hago desde hará un mes, pero eso es una historia que quiero dejar aparcada. ¿Qué? ¿Te apuntas otra vez conmigo en el coche hasta el hospital? – Pregunté mientras le guiñaba el ojo.
- ¡Claro, eso no se pregunta!

Y nos dirigimos a comenzar nuestra jornada. Sin embargo, hoy fue diferente, se me pasó más rápida. La compañía de Adam ya no me provocaba escalofríos ni rubor. No sé qué me habría pasado el día anterior. Sin duda, era una estúpida. Y llegó el final de la jornada, que como ya dije, se me pasó volando. Entonces la gran pregunta:

- ¿Te apetece que vayamos a cenar fuera?
- ¿Tú y yo? – Pregunté.
- Emmm… sí, creo que el enanito verde que tienes a tu lado todavía no le va eso de comer con gente más alta que él y, sobretodo, con alguien tan guapa como tú. – Dijo entre risas. – No, ahora enserio. Sí, te invito a cenar donde tú quieras.
- Vamos a cenar, pero nada de que me vas a invitar, vamos a medias. – Refunfuñé.
- Bueno, ya se verá.

Y no me dio tiempo de replicar puesto que me cogió del brazo y echó a correr hasta el coche. Era algo tan raro, hasta el momento jamás me había sentido así. Jamás había sentido como el viento alborotaba mi pelo mientras corría hasta mi coche para, después, ir a cenar con, prácticamente, un desconocido. Elegimos un sitio que no era muy caro, pero en el que se comía muy bien. Y parece mentira que otra vez estemos hablando y que otra vez nos estemos contando todo. Y comenzó a clarear cuando decidimos volver a casa.

Afortunadamente, era sábado: hoy no había prácticas. Tras el mismo ritual de ayer, aparcar el coche, llegar hasta nuestro edificio, subir las escaleras, pararnos en mi puerta y despedirnos cerré la puerta a mi paso. Ya estaba en casa otra vez y sentía como las paredes ya no menguaban como otras veces, más bien estaban como siempre. Un poco cansada y aturdida por el sueño, tanteé la cama y me escurrí entre las sábanas y de repente: ¡Bip, bip! Mi móvil… ¿Quién será tan temprano? “Mensaje nuevo”: Gracias por este día estupendo. Gracias por esa cena maravillosa. Gracias por dejarme abrirme a ti. Gracias por abrirte tú a mí. ¡“Buenas noches”, enana!
Otra vez, Adam y sus sorpresas. Y el corazón me dio otro vuelco y no me lo puedo creer. ¿Qué me está pasando? Y con esa pregunta, caí rendida en la cama.

Continuará...

martes, 3 de agosto de 2010

Un golpe de suerte. Segunda parte.

2.

Pasaron las horas, intenté evitarle un poco para procurar que no me encendieran las mejillas cada vez que estaba cerca de él. Para que “no me descubriera”. Entonces, llegó la hora de marcharnos. Me despedí de nuestro tutor, coincidiendo que nos veríamos mañana para seguir las prácticas. Una vez en el mostrador me despedí de la mujer que dirigía aquello. Lo más seguro es que estuviera haciendo doble turno, llevaba ahí muchas horas. Entonces ya en la calle, oí que alguien me llamaba y fue cuando me giré para ver quién era esa persona. El corazón me latió a mil, las mejillas se encendieron más rápido que de costumbre y se me paró la respiración. ¿Y todo esto es por… él?

- ¡Ains, perdona por haberte interrumpido! – Contestó.
- No te preocupes. No hacía nada, tan sólo salía del hospital. – Dije entre risas. Entonces noté como era él el que se ponía algo rojo.
- Ya, también es verdad – Continúo con las risas que yo había iniciado.
- ¿Vas en coche? – Pregunté.
- No, que va. No tengo coche. Iré en metro de la misma forma que vine esta mañana. No es lo más cómodo, pero es bastante rápido. ¿Y tú? – Quiso saber. En sus ojos se veía una chispa que no logré entender qué significaba.
- Pues yo voy en coche. Lo traje esta mañana. ¿Quieres que te lleve? Vivimos en la misma casa – Y tan rápido como lo dije lo corregí. – Bueno, quiero decir, en el mismo edificio. – Sonreí para evitar que se notara mi error.
- Hombre, no quiero molestarte, pero si me hicieras ese favor, te lo agradecería mucho. – Consiguió decir.
- ¡Hecho! Lo tengo por ahí. – Le indiqué con el dedo.

Media hora tardamos desde el hospital hasta casa. Sin mucha prisa, hablando de cosas poco importantes: del choque de esta mañana, de lo “tarde” que llegaba, de la casualidad que fuéramos compañeros, de que no le había visto antes… Media hora intentando conocer más de él, intentando ver cómo era su interior. Aunque me temo que eso no es algo tan fácil de averiguar. No sé porqué, lo noto muy reservado. Alguien que no cuenta las cosas a todos y mucho menos tan a la ligera. Yo, por el contrario, comencé a contarle un poco de mi vida y de qué había hecho y poco a poco conseguí que él me contara un poco más, pero sin llegar a algo sustancioso. Y de la misma forma que fue corto también fue intenso y ya nos encontrábamos en nuestro edificio. Subimos los dos por la escalera, algo extraño porque la mayoría de los inquilinos del bloque prefería el ascensor para cansarse menos. Muy caballeroso me acompañó hasta la puerta de mi piso y nos despedimos con dos besos.

Entré en lo que había sido “mi nido de amor” y parecía que las paredes me iban consumiendo lentamente, pero no, no podía venirme abajo, tenía que ser fuerte, tenía que afrontar lo que había pasado y superarme y crecer. Además, ahora que comenzaba con las prácticas tendría mucho tiempo ocupada la mente para no pensar en él. James… Me dirigí a mi cuarto, me descalcé las zapatillas, cogí el pijama y me dirigí a la ducha. Sí, eso era lo que necesitaba, una larga ducha fría. Una vez congelados mis pensamientos me dirigí hasta la cocina, en busca de algo que poder preparar para la cena. ¡Oh, no! No había nada ni en los armarios, ni en la nevera. ¡Se me había olvidado por completo hacer la compra! Y otra vez como si de mi ángel de la guarda se tratara, mi salvación: el timbre. Fui a abrir con lo puesto, sin percatarme de que llevaba. Y ahí estaba él con un tupper entre las manos:

- Perdona, es que resulta que mi madre me trajo comida, y la verdad es que hay tanta que yo solo no puedo comérmela antes de que se pueda caducar. ¿Ya has cenado? – Preguntó con curiosidad.
- Pues la verdad que no. Será un placer ayudarte a comerte esa comida. Mi cocina parece arrasada por una horda de orcos porque no hay nada. Es que hace un tiempo que no he ido a comprar y no me queda mucho la verdad… - Dije algo sonrojada.
- Bueno, pues mejor para los dos. Yo te alimento y tú me ayudas. – Contestó entre risas.
- Sí, algo así. Formamos una especie de simbiosis. Uno hace algo por el otro que es igual de satisfactorio que al revés. Pasa. Si quieres podemos cenar aquí. – Le invité.
- Muchísimas gracias, pero… ¿te funcionará todavía la cocina? Como la has tenido aparcada pues… quizás esté rota.
- Ja…ja…ja… ¡Qué gracioso eres! – Dije.
- Por lo menos te he sacado una sonrisa. – Entonces no pude evitar volver a sonreír. - ¿Ves? Y ahí hay otra.

Y nos pasamos horas y horas hablando, conociéndonos un poco más. Contándonos cosas sin miedos, sin complejos, sin vergüenza. Como dos amigos que se conocen de toda la vida que no se ven desde hace un tiempo y se cuentan las novedades de su vida. Le conté lo que me había pasado con James, no sin derramar alguna que otra lágrima, pero no me sentí avergonzada por ello, al contrario, era como una pequeña descarga. Como si todo lo que tenía dentro lo fuera echando poco a poco, como si me vaciara por dentro, sacando todo mi dolor. Y se nos hizo tarde y nos tuvimos que despedir para reencontrarnos al día siguiente.


Continuará...