Nueva tarde. Otra de nuestras tardes juntos. Sin prisas, sin agobios, sin nada que nos importe más que el momento en el que vivimos ahora. Un parque, sí, como la última vez, pero no es el mismo, es otro. Está en un lugar mucho más alejado del anterior, pero igualmente hermoso. Todos los sitios son así si tú apareces en ellos. Como si de un sueño se tratara.
Preparar la cámara, uno de nuestros hobbies que cada día roza más allá de la afición. Me preparo, me pongo mis puntas de ballet. Esas que me compré especialmente para sacar fotos. Me das un par de indicaciones y empieza lo que llamamos sesión. Sin embargo, no con mucho ánimo, decidimos tumbarnos sobre el césped. Como solemos hacer siempre.
- ¿Sabes? No sé qué haces pero me encanta. – Me dijo.
- No sé a que te refieres la verdad, ¿qué se supone que hago? – Pregunté un poco extrañada.
- Si te soy sincero, ni yo mismo sé qué haces, como ya te dije antes, pero tu forma de ser, tu forma de ser conmigo, me tiene enamorado. Sin duda, nunca pensé en llegar a esto. – Sonríe.
- Pues no sé qué decirte la verdad, mi forma de ser nunca ha estado al agrado de todos, o por lo menos de la mayoría de las personas que me importaban o importan, porque soy demasiado impulsiva y puedo decir cosas que hacen daño sin darme cuenta. Además, que hay gente que aguanta más y otras menos y, por lo general, siempre han aguantado menos. – Me reí.
- La verdad, es que no me lo puedo llegar a creer. Hace unos meses veía tus fotos y pensaba en que eras preciosa, pero ya, después, el día que nos vimos… fue un día increíble. Es más, no te hacía así. – Me respondió.
- ¿No me hacías así, cómo? ¿Así de fea? Sí, las fotos favorecen más, en realidad se pierde. – Dije mientras sonreía.
- Jajajajaja, no seas idiota. Me refería a que te hacía más bajita. No sé en la fotos no parecías tan alta, de ahí que siempre te llamará enana, aunque aún así, aunque seas alta y tengas un año más, sigo llamándote enana. – Consiguió decir entre risas.
- Ya te dije que no era ninguna enana. – Dije, fingiendo estar molesta.
- Venga, va, no te pongas así, que tú sabes que son bromitas – Contestó con esa sonrisa que sólo él sabe poner.
Le sonreí. Me sonrío. Me acerqué más a él, reduciendo el poco espacio que quedaba entre nuestros cuerpos para así poderme sentir más protegida. A salvo de cualquiera que pueda acceder a esto. Pero no. Eso es imposible. Hemos creado una esfera, como pocas existentes. Una esfera capaz de protegernos a él y a mí. Ante los posibles peligros y ante cualquier tipo de bache. Siempre estamos ahí. Siempre conseguimos salvarlo.
No sé porqué, pero me sentía volar, me sentía como si estuviera en una nube. Algo extraño puesto que el césped en el que nos encontrábamos no estaba del todo cuidado. Pero había algo que hacía que me sintiera muy lejos, sí, muy muy lejos. Como en ese libros, sí, ese en el que decía que era capaz de estar a “tres metros sobre el cielo”. Me sentía como los protagonistas de esa novela que tanto me fascinó.
Entre risas y bromas. Entre conversaciones más serias, nos vamos conociendo poco a poco, cada vez más, hasta el punto de llegar a tener una conexión tal que somos capaces de hasta leernos los pensamientos. Y no es muy común que pase. Además, nunca he sido de las que creen en las casualidades, como escuché una vez en una serie cuando era pequeña: “No existen las casualidades sólo existe lo inevitable”. Y sí, creo en eso. Tampoco creo en el destino, pero ¿y si estamos aquí por alguna razón en especial? ¿Si estamos realmente destinados? Entonces se dio cuenta. Y se quedó fijamente mirándome. Sabe perfectamente que cuando hace eso me pone muy nerviosa:
- ¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así? – Le pregunté, intentando salir de dudas.
- No sé, dímelo tú, te notaba algo… pensativa, ¿me equivoco? – Preguntó, aunque en el fondo sabe perfectamente que tenía razón.
- Pues sí, pensaba que aunque no crea en el destino ni en las casualidades puede que lo de estar juntos signifique algo. Me refiero a que puede que tenga una razón concreta. Que haya un trasfondo en todo esto, pero no sé exactamente cuál, y estaba buscando una solución a ese "problema", pero bueno, ¿sabes? No me importa. Esto va bien, seguimos bien, no hemos tenido peleas, nos conocemos muy bien y sabemos perfectamente lo que nos gusta y lo que no, además, pocas personas llegan a conocerme de verdad y tú creo que me conoces bastante. Aunque para tu desgracia te queda mucho por conocer. – Le expliqué con detalle lo que pensaba.
- Pues ¿sabes? Yo en el fondo lo siento por ti. Sí, no me mires con esa cara. Lo siento, porque tienes que aguantar a un pesado como yo. – Me dijo.
- ¿Sabes lo que te digo? Es un sacrificio que estoy dispuesta a hacer. – Le contesté mientras le sonreía.
Entonces ahí se acabó nuestra jornada. No, sin antes darme un beso, tras la eminente declaración de amor que le acababa de demostrar con esa simple frase final. Corta, pero intensa, cargada de significado. Y como siempre, llegó la hora de marcharnos, la hora de volver a casa para pasar un día más en el que podamos regresar y contar nuestra historia al día siguiente, una vez más. Para volver a escribir en hojas en blanco la historia de nuestra vida. La historia de nuestro amor.
lunes, 28 de junio de 2010
La historia de nuestro amor.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar