jueves, 7 de octubre de 2010

Un golpe de suerte. Octava parte.

8.

Me desperté en medio de una intensa luz azul, poco a poco, conseguí que mis ojos se acostumbraran a ella y, por fin, pude ver todo con mayor nitidez: La película había terminado, nosotros en el sofá con la manta algo caída por los suelos, muy abrazados para darnos calor y unos restos de comida por la mesa de centro, aparte de las bebidas que había tomado esa noche. Poco a poco me fui levantando, muy lentamente para no despertarle, recogí un poco la mesa, le tapé perfectamente para que tuviera calor y apagué la televisión.

Me dirigí a la cocina a dejar las cosas, de paso pude observar la hora que era, gracias al reloj del microondas: 2:00 am. ¡Madre mía! ¿Todavía son las dos? No tenía sueño y me dolía muchísimo la cabeza, así que decidí ir hacia la terraza y coger un poco de fresco nocturno, para ver si de esa forma mi cefalea iba en descenso. Me apoyé en la barandilla del balcón y contemplé la hermosa vista que tenía delante. Pocas casas y poca luz; vivimos en un sitio apartado y tranquilo, pero siempre y ante todo de cara al mar. La brisa marina siempre ha conseguido relajarme desde mi niñez, y en mi adolescencia formó una parte vital en mí: esos largos paseos en la playa para olvidar cosas pasadas. Además, debido a la poca contaminación lumínica que nos rodea, podemos disfrutar de una maravillosa panorámica de estrellas, con sus luces más o menos intensas, y alguna que otra estrella fugaz, y, como no, una enorme y hermosa luna en todo lo alto.

Y mientras miraba detenidamente todo el paisaje que tenía frente a mí y absorta con esos pensamientos, algo me sacó de mi ensueño, algo que no me asustó en absoluto, es más, que lo necesitaba: sus brazos poco a poco rodeando por la cintura y permitiéndole colocarse detrás de mí, siempre, desde que era tan sólo era una cría que comenzaba a tener novios le ha encantado esa muestra de cariño, es una de las mejores sensaciones que he tenido jamás. Por un lado, de delicadeza y de sentimiento y, por otro, de protección, esa que sólo él consigue garantizarme.

- ¿Estás bien, princesa? Te noto algo extraña desde que salimos en el hospital – Quiso indagar entre mis pensamientos.
- La verdad que no sé exactamente como estoy, sin contar con el dolor de cabeza tengo una sensación extraña y si lo contamos pues… obviamente que me encuentro mal, esto cada vez me está agobiando más, ¿por qué no paro de tener estos dolores? De verdad, no lo entiendo… – Contesté con total sinceridad.
- Ya… me imagino, eso de ver a James no te ha sentado muy bien, me imagino, ¿no? Pero no te preocupes, es normal, aunque bueno, ahora me tienes a mí ¿Para qué quieres más? – Me dijo mientras me sonreía.
- Claro que sí, no quiero, pero sobretodo, no necesito nada más, contigo estoy más que saciada – Respondí yo también con una sonrisa.

Entonces me besó en el cuello, un escalofrío me invadió todo el cuerpo y eso se notó notablemente en mi piel, roté sobre mí misma hasta estar de frente a él. Sus manos poco a poco se fueron despegando de mi cuerpo para apoyarlas en la barandilla y dejarme, de esta forma, atrapada entre sus brazos. Estuvimos unos segundos mirándonos a los ojos pero ninguno de los dos dijo nada. Parecía que nuestras miradas eran más fuertes y más valiosas que todas las palabras del mundo, parecía que con mirarnos ya podíamos hablar perfectamente, parecía que inconscientemente ya estábamos entablando una conversación. Y entonces, como si de una película se tratara, me besó, sin duda, desde que apareció en mi vida, mi vida se ha convertido en una correlación de escenas de películas unidas. Sus besos siempre tiernos, siempre suaves, ahora han tornado a besos con más lujuria y pasión. Besos cada más rápidos pero, a la vez, más profundos, que hacía que se nos entrecortara la respiración. Mis manos comenzaron a recorrer su cuello y a enredarse en su pelo hasta que noté que mis piernas estaban flotando en el aire, que no estaban sujetas al suelo; Adam me había cogido como si de una niña se tratara: con mis piernas rodeándole la cintura. Y así, de esa forma, consiguió llevarme hasta las hamacas que habíamos comprado recientemente para esa misma terraza en la que ahora nos encontrábamos.

Nos hallábamos tumbados besándonos acaloradamente, como jamás lo habíamos hecho, como nunca me lo hubiera imaginado. Sus manos comenzaron a explotar sitios que nunca antes había parado en rebuscar, como si esto se tratara de una nueva aventura para aquél que le gusta recorrer montañas y bosques ocultos o poco conocidos. Sin duda era una experiencia nueva para ambos; era como investigar lentamente todas las curvas y todas las conformaciones de nuestros cuerpos, hasta que llegamos a conocer todo del otro.

Continuará...

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