Era una tarde de verano. Recalco, una tarde, calurosa, de verano. El sol daba de frente pero, a la misma vez, corría una suave brisa que hacía más llevadero el calor que hacía. Él y yo sentados en frente de esa playa. Esa que se había convertido en nuestra compañera de tardes desde hacía, ya, un par de meses. Estuvimos un rato en silencio, observando el vaivén de las olas, como ellas chocaban con las rocas que se encontraban apenas a unos metros por debajo de nosotros. Entonces su voz rompió el silencio:
- ¿Qué te pasa?
- ¿A mí? Nada - intenté disimular.
- Sé que te pasa algo, te conozco demasiado, a mí no me puedes mentir. - Afirmó. Y es verdad, si había alguien en el mundo a quién no le podía engañar era a él, entre otras 4 personas más.
- No, en serio, no te preocupes no es nada. - le quité un poco de importancia para que no se preocupara.
- Oye, puedes contarme lo que sea, sabes perfectamente que estoy aquí para lo que necesites.
- Ya... Es que, ¿sabes? Tengo miedo. Tengo miedo del amor. - Conseguí pronunciar al fin.
- ¿Miedo? Siempre has creído que el amor es ese sentimiento único, que experimentas cuando esa persona te complementa, cuando llegas a ser uno con ella. Ese sentimiento que te hace flotar por encima de las nubes e, incluso, por encima de las estrellas. Dudo que alguien como tú, sienta miedo del amor. - Me contestó él.
- ¿Acaso no puedo sentirlo ahora? ¿Por qué te parece tan irreal que me sienta así? - Quise saber.
- Porque ya te lo he dicho, te conozco, te conozco muchísimo y jamás tendrías miedo al amor. - Fue su respuesta.
- Te noto más convencido a ti que yo misma. Es cierto, creo que el amor es todo ese sentimiento, pero temo no volverlo a tener nunca. Me han hecho daño, ¿sabes? Pero aún así, y no sé porqué, sigo teniendo la esperanza en él. Por cierto, ¿cómo has sido capaz de describir tan bien el amor? - Pregunté.
Su expresión de la cara cambió. Me miró fijamente a los ojos. Tenía una mirada intensa. Sus ojos oscuros se clavaron en mí y por un momento me sentí intimidada, pero, al mismo tiempo, era como un hechizo del que no me podría librar, pues ninguno de los dos queríamos apartar nuestras miradas del otro. Entonces al fin, consiguió responderme:
- Pues, porque esa sensación es la que tengo siempre cuando te miro. - Se sinceró.
Creí que el mundo se paraba. El corazón no dejaba de latirme con fuerza. Con una fuerza que retumbaba en mis oídos. Tanto era el sonido de mi corazón que por un instante no pude escuchar las olas. Le miré de nuevo, pero esta vez examinando bien su rostro. Intentando identificar alguna pista que me diera a entender que era una broma. Pero no fue así. No dió señales de mentira o de burla. Entonces, mientras todavía seguía atónita, continuó:
- No te preocupes, sé perfectamente que yo no seré para ti. Nunca seré tu tipo, te gustan con menos pelo - Intentó bromear para quitarle tensión a la situación.
De la misma forma, mientras me reía, yo le contesté:
- Hombre, el pelo siempre se puede depilar.
Entonces ambos estallamos en carcajadas que resonaban por toda la playa. Parecía todo tan perfecto, tan idílico. El sol comenzaba a ponerse poco a poco entre las montañas del fondo, cerca del mar. ¿Ya? ¿Tanto tiempo ha pasado?
- ¿Sabes? Ahora sí que no le tengo miedo al amor. - Le dije mientras le sonreía.
- Ah, ¿no? ¿Y qué te ha hecho cambiar de opinión?
- Tú.
- ¿Yo? ¿Y por qué yo?
- Pues porque desde hace un tiempo, desde hace unos meses, cuando volvimos a reencontrarnos, cuando volvimos a quedar después de tanto tiempo, sentí que estabamos destinados a estar juntos. Y es irónico, no creo en el destino, pero creí que podríamos funcionar juntos. Renegué del amor, del amor que sentía hacía ti, por miedo al rechazo. Por miedo a que me volvieran a hacer daño. Pero, ¿sabes? Creo que tenemos que arriesgarnos en la vida para poder alcanzar lo que queremos. Las metas que nos proponemos. Tú eres mi próxima meta. ¿Qué me dices? - Pregunté mientras observaba cada movimiento de su cuerpo.
- ¿Qué te digo? Pues... te quiero. Eso es lo que te digo, ¿qué te parece? - Dijo buscando la aprobación en mis ojos.
- ¿Qué me parece? Pues creo que te ha faltado un poco de sentimiento, lo he notado muy... plano - Le respondí mientras no podía parar de sonreir. Esa sonrisa pícara que siempre ponía para conseguir lo que quería.
- Ah, ¿Sí? ¿Eso te parece? Pues bien... ya no te diré más que te quiero... - se "enfadó".
- Pues si no me vas a decir que me quieres, has cometido un error puesto que al negarlo lo has vuelto a decir, por lo que has faltado a tu palabra.
- ¡Dios! ¿Por qué siempre tienes que buscarle el fallo a todo? - Se reía.
- Porque soy así. Siempre lo he sido, por eso me conoces tan bien.
- Sí y, además, por eso te quiero... - musitó.
- ¿Sabes una cosa? Yo también te quiero. Te quiero muchísimo.
Entonces nuestras miradas se volvieron a juntar. Mi respiración comenzó a entrecortarse, de la misma forma que me pasaba cuando él me miraba. De nuevo mi corazón volvía a latir ensordeciéndome. Nos fuimos acercando lentamente el uno al otro. Hasta que por fin, nuestros labios se juntaron. Nos transmitimos en ese beso mucho más de lo que podíamos hacer con las palabras. Después, me abrazó, mientras yo me acurrucaba a su lado, apoyando mi cabeza en su hombro, a la misma vez que nos quedamos mirando hacía el mar.
- ¿Te has dado cuenta? Ya es de noche... El tiempo se me pasa volando cuando estoy a tu lado - Consiguió decirme.
- Sí, ya me dí cuenta. Y ahora yo te pregunto, ¿si el tiempo pasa tan rápido, para qué vamos a desperdiciarlo estando separados?
- Eso mismo me pregunto yo.
Y con un beso sellamos lo que sería nuestro amor eterno.
- ¿Qué te pasa?
- ¿A mí? Nada - intenté disimular.
- Sé que te pasa algo, te conozco demasiado, a mí no me puedes mentir. - Afirmó. Y es verdad, si había alguien en el mundo a quién no le podía engañar era a él, entre otras 4 personas más.
- No, en serio, no te preocupes no es nada. - le quité un poco de importancia para que no se preocupara.
- Oye, puedes contarme lo que sea, sabes perfectamente que estoy aquí para lo que necesites.
- Ya... Es que, ¿sabes? Tengo miedo. Tengo miedo del amor. - Conseguí pronunciar al fin.
- ¿Miedo? Siempre has creído que el amor es ese sentimiento único, que experimentas cuando esa persona te complementa, cuando llegas a ser uno con ella. Ese sentimiento que te hace flotar por encima de las nubes e, incluso, por encima de las estrellas. Dudo que alguien como tú, sienta miedo del amor. - Me contestó él.
- ¿Acaso no puedo sentirlo ahora? ¿Por qué te parece tan irreal que me sienta así? - Quise saber.
- Porque ya te lo he dicho, te conozco, te conozco muchísimo y jamás tendrías miedo al amor. - Fue su respuesta.
- Te noto más convencido a ti que yo misma. Es cierto, creo que el amor es todo ese sentimiento, pero temo no volverlo a tener nunca. Me han hecho daño, ¿sabes? Pero aún así, y no sé porqué, sigo teniendo la esperanza en él. Por cierto, ¿cómo has sido capaz de describir tan bien el amor? - Pregunté.
Su expresión de la cara cambió. Me miró fijamente a los ojos. Tenía una mirada intensa. Sus ojos oscuros se clavaron en mí y por un momento me sentí intimidada, pero, al mismo tiempo, era como un hechizo del que no me podría librar, pues ninguno de los dos queríamos apartar nuestras miradas del otro. Entonces al fin, consiguió responderme:
- Pues, porque esa sensación es la que tengo siempre cuando te miro. - Se sinceró.
Creí que el mundo se paraba. El corazón no dejaba de latirme con fuerza. Con una fuerza que retumbaba en mis oídos. Tanto era el sonido de mi corazón que por un instante no pude escuchar las olas. Le miré de nuevo, pero esta vez examinando bien su rostro. Intentando identificar alguna pista que me diera a entender que era una broma. Pero no fue así. No dió señales de mentira o de burla. Entonces, mientras todavía seguía atónita, continuó:
- No te preocupes, sé perfectamente que yo no seré para ti. Nunca seré tu tipo, te gustan con menos pelo - Intentó bromear para quitarle tensión a la situación.
De la misma forma, mientras me reía, yo le contesté:
- Hombre, el pelo siempre se puede depilar.
Entonces ambos estallamos en carcajadas que resonaban por toda la playa. Parecía todo tan perfecto, tan idílico. El sol comenzaba a ponerse poco a poco entre las montañas del fondo, cerca del mar. ¿Ya? ¿Tanto tiempo ha pasado?
- ¿Sabes? Ahora sí que no le tengo miedo al amor. - Le dije mientras le sonreía.
- Ah, ¿no? ¿Y qué te ha hecho cambiar de opinión?
- Tú.
- ¿Yo? ¿Y por qué yo?
- Pues porque desde hace un tiempo, desde hace unos meses, cuando volvimos a reencontrarnos, cuando volvimos a quedar después de tanto tiempo, sentí que estabamos destinados a estar juntos. Y es irónico, no creo en el destino, pero creí que podríamos funcionar juntos. Renegué del amor, del amor que sentía hacía ti, por miedo al rechazo. Por miedo a que me volvieran a hacer daño. Pero, ¿sabes? Creo que tenemos que arriesgarnos en la vida para poder alcanzar lo que queremos. Las metas que nos proponemos. Tú eres mi próxima meta. ¿Qué me dices? - Pregunté mientras observaba cada movimiento de su cuerpo.
- ¿Qué te digo? Pues... te quiero. Eso es lo que te digo, ¿qué te parece? - Dijo buscando la aprobación en mis ojos.
- ¿Qué me parece? Pues creo que te ha faltado un poco de sentimiento, lo he notado muy... plano - Le respondí mientras no podía parar de sonreir. Esa sonrisa pícara que siempre ponía para conseguir lo que quería.
- Ah, ¿Sí? ¿Eso te parece? Pues bien... ya no te diré más que te quiero... - se "enfadó".
- Pues si no me vas a decir que me quieres, has cometido un error puesto que al negarlo lo has vuelto a decir, por lo que has faltado a tu palabra.
- ¡Dios! ¿Por qué siempre tienes que buscarle el fallo a todo? - Se reía.
- Porque soy así. Siempre lo he sido, por eso me conoces tan bien.
- Sí y, además, por eso te quiero... - musitó.
- ¿Sabes una cosa? Yo también te quiero. Te quiero muchísimo.
Entonces nuestras miradas se volvieron a juntar. Mi respiración comenzó a entrecortarse, de la misma forma que me pasaba cuando él me miraba. De nuevo mi corazón volvía a latir ensordeciéndome. Nos fuimos acercando lentamente el uno al otro. Hasta que por fin, nuestros labios se juntaron. Nos transmitimos en ese beso mucho más de lo que podíamos hacer con las palabras. Después, me abrazó, mientras yo me acurrucaba a su lado, apoyando mi cabeza en su hombro, a la misma vez que nos quedamos mirando hacía el mar.
- ¿Te has dado cuenta? Ya es de noche... El tiempo se me pasa volando cuando estoy a tu lado - Consiguió decirme.
- Sí, ya me dí cuenta. Y ahora yo te pregunto, ¿si el tiempo pasa tan rápido, para qué vamos a desperdiciarlo estando separados?
- Eso mismo me pregunto yo.
Y con un beso sellamos lo que sería nuestro amor eterno.
estupida! te sigo guapaaaaaaa :)
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