Estábamos en un lugar cualquiera de un momento cualquiera. Él y yo. Solos, él y yo. De fondo se podía percibir el viento entre las copas de los árboles. Podíamos escuchar el cantar de los pájaros. Estábamos en plena naturaleza, lejos del bullicio de la ciudad.
-¿Quieres que te enseñe algo? – Me preguntó.
-¿Algo? ¿El qué? – Quise saber.
-No seas ansiosa y contesta únicamente a mi pregunta – Respondió él.
-Vale, pero, ¿está muy lejos?
-Hay que ver lo vaga que eres… – Se burló.
-No, no es por vagancia sino que me gusta este sitio. Además, que hemos estado toda la mañana caminando y no he podido disfrutar de todo lo que podemos ver aquí – Contesté algo molesta.
-Bueno, no te preocupes, era un sitio mil veces mejor que éste. De esos que se te quedan grabados en la retina y aunque pasen mil años, no te podrás olvidar. Es un lugar idílico, mágico como jamás podrás imaginar. Pero quizás en otro momento te lo enseñe, cuando hayas podido disfrutar de esto – Fue su respuesta para hacer que me sintiera culpable y, de esa forma, persuadirme.
-Ains, hay que ver cómo eres tú… – Resoplé.
-Jujujú ¿He ganado? – Sonrió.
-Bueno, vale, vamos, pero si tan maravilloso es ese sitio déjame disfrutarlo con mucho tiempo.
-Claro que sí, cuando tú decidas, volvemos – Finalizó.
Caminamos por nuevos senderos creados por nosotros, con cuidado para no caer en algún hueco traicionero. Él siempre pendiente de cada detalle para impedir que mis pies pisaran en falso. A medida que íbamos avanzando comenzaba a oírse un ruido que antes no había sonado, que antes no había aparecido en escena. Se detuvo, haciéndome parar en seco. Era un lugar maravilloso. Sin duda, la puerta al paraíso. Dos árboles habían crecido tumbados, uno enredado al otro, formando un marco a modo de puerta. Entonces me tapó los ojos:
- ¿Preparada para este mundo? – Me susurró al oído.
- Sí, estoy lista – Casi no podía escuchar el sonido de mi propia voz, ya que el murmullo que se oía antes inundó ahora todos mis sentidos. Extrañada intenté reconocer ese sonido. ¿Qué será? ¿Ramas? ¿Animales? Entonces mi cerebro mandó una señal a mis oídos: Agua. Eso era lo que sonaba. Justo en ese instante pude ver lo que me deparaba. Ese mundo en el que me encontraba. Una cascada inmensa se mostraba ante nosotros. Majestuosa pero, a la vez, inofensiva. El sol radiaba, pues no habían árboles que taparan esta pequeña zona. El agua emanaba de la cascada llegando a parar a un pequeño lago de agua cristalina.
- ¿Qué opinas? – Me dijo, a la vez, que esbozaba una sonrisa.
- Es auténticamente maravilloso este sito. ¿Cómo sabías de su existencia? – Curioseé.
- Mis padres me traían aquí cuando era pequeño. Es mi lugar favorito desde entonces. Pocas personas conocen su existencia, pues no es fácil llegar hasta aquí. Es más, cuando apenas tenía ocho años me prometí que sería mi lugar secreto. De esos que salen en las películas. Sin embargo, tras, casi, diez años, he roto esa promesa, pues deseaba que tú también conocieras lo que siempre denominé como: mi mundo – Me informó.
- ¡Dios, es que me encanta! En serio, ¡Es perfecto! – Exclamé maravillada.
- Por eso quise traerte. Sabía que te encantaría. Dime, ¿eres feliz? – Dijo seriamente mirando a través de mis pupilas.
- ¿Por qué me preguntas esto? ¿Acaso no sabes la respuesta? – Pregunté.
- Sí, claro que la sé, pero quiero oírla de ti. Quiero que el aire pase por tu garganta y salga de tus labios – Dijo, casi suplicando.
- ¿Si soy feliz? No, no lo soy. Pues si contesto afirmativamente a esa pregunta no podré demostrarte el grado real de felicidad que tengo, pues es mucho mayor que feliz. Mucho más. – Contesté satisfecha de mi respuesta.
- Para ser rubia has dado una muy buena contestación. No pensé que fueras a decirme algo parecido. – Sonrió.
- Te he dicho mil veces que no me llames rubia, porque no lo soy. – Dije algo molesta.
- ¡Ah, es verdad! Eras rubia – Dijo mientras se reía, a la vez que salía corriendo para huir de mí.
- Vas a hacer que me caiga por perseguirte.
Entonces se frenó en seco:
- Y, ¿por qué lo haces?
- Porque no me gusta que me llames así y lo sabes.
- Sí, lo sé. Y esa es la razón por la que sigo diciéndotelo.
Se acercó lentamente hacía mí. Con la mirada clavada en mis ojos. Una mirada intensa, de esas que acaban por intimidarte y hace que apartes la vista. Pero no lo hice. Por fin, estábamos a escasos centímetros. Incliné mi cara hacía arriba para seguir mirándole. El sol seguía brillando en lo alto. Sol de mediodía. La cascada fluía con un sonido agradable, como si de música suave se tratara. Entonces, me puse de puntillas para poder llegar a sus labios, para poder besarle.
- Éste será nuestro mundo. El que hemos construido. Tan sólo tú y yo – Me susurró al oído.
- Te quiero. Infinitas veces infinito. – Musité.
- Infinitas veces infinito por dos. – Finalizó.
miércoles, 21 de julio de 2010
Nuestro mundo.
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Joder, me encanta como escribes Elena, es todo tan bonito .. esta historia es preciosa.
ResponderEliminarMuchísimas gracias preciosa. La verdad que la historia es totalmente inventada, porque por lo general lo que suelo escribir me ha pasado pero ésta no :) A ver si algún día se cumple :)
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