martes, 3 de agosto de 2010

Un golpe de suerte. Segunda parte.

2.

Pasaron las horas, intenté evitarle un poco para procurar que no me encendieran las mejillas cada vez que estaba cerca de él. Para que “no me descubriera”. Entonces, llegó la hora de marcharnos. Me despedí de nuestro tutor, coincidiendo que nos veríamos mañana para seguir las prácticas. Una vez en el mostrador me despedí de la mujer que dirigía aquello. Lo más seguro es que estuviera haciendo doble turno, llevaba ahí muchas horas. Entonces ya en la calle, oí que alguien me llamaba y fue cuando me giré para ver quién era esa persona. El corazón me latió a mil, las mejillas se encendieron más rápido que de costumbre y se me paró la respiración. ¿Y todo esto es por… él?

- ¡Ains, perdona por haberte interrumpido! – Contestó.
- No te preocupes. No hacía nada, tan sólo salía del hospital. – Dije entre risas. Entonces noté como era él el que se ponía algo rojo.
- Ya, también es verdad – Continúo con las risas que yo había iniciado.
- ¿Vas en coche? – Pregunté.
- No, que va. No tengo coche. Iré en metro de la misma forma que vine esta mañana. No es lo más cómodo, pero es bastante rápido. ¿Y tú? – Quiso saber. En sus ojos se veía una chispa que no logré entender qué significaba.
- Pues yo voy en coche. Lo traje esta mañana. ¿Quieres que te lleve? Vivimos en la misma casa – Y tan rápido como lo dije lo corregí. – Bueno, quiero decir, en el mismo edificio. – Sonreí para evitar que se notara mi error.
- Hombre, no quiero molestarte, pero si me hicieras ese favor, te lo agradecería mucho. – Consiguió decir.
- ¡Hecho! Lo tengo por ahí. – Le indiqué con el dedo.

Media hora tardamos desde el hospital hasta casa. Sin mucha prisa, hablando de cosas poco importantes: del choque de esta mañana, de lo “tarde” que llegaba, de la casualidad que fuéramos compañeros, de que no le había visto antes… Media hora intentando conocer más de él, intentando ver cómo era su interior. Aunque me temo que eso no es algo tan fácil de averiguar. No sé porqué, lo noto muy reservado. Alguien que no cuenta las cosas a todos y mucho menos tan a la ligera. Yo, por el contrario, comencé a contarle un poco de mi vida y de qué había hecho y poco a poco conseguí que él me contara un poco más, pero sin llegar a algo sustancioso. Y de la misma forma que fue corto también fue intenso y ya nos encontrábamos en nuestro edificio. Subimos los dos por la escalera, algo extraño porque la mayoría de los inquilinos del bloque prefería el ascensor para cansarse menos. Muy caballeroso me acompañó hasta la puerta de mi piso y nos despedimos con dos besos.

Entré en lo que había sido “mi nido de amor” y parecía que las paredes me iban consumiendo lentamente, pero no, no podía venirme abajo, tenía que ser fuerte, tenía que afrontar lo que había pasado y superarme y crecer. Además, ahora que comenzaba con las prácticas tendría mucho tiempo ocupada la mente para no pensar en él. James… Me dirigí a mi cuarto, me descalcé las zapatillas, cogí el pijama y me dirigí a la ducha. Sí, eso era lo que necesitaba, una larga ducha fría. Una vez congelados mis pensamientos me dirigí hasta la cocina, en busca de algo que poder preparar para la cena. ¡Oh, no! No había nada ni en los armarios, ni en la nevera. ¡Se me había olvidado por completo hacer la compra! Y otra vez como si de mi ángel de la guarda se tratara, mi salvación: el timbre. Fui a abrir con lo puesto, sin percatarme de que llevaba. Y ahí estaba él con un tupper entre las manos:

- Perdona, es que resulta que mi madre me trajo comida, y la verdad es que hay tanta que yo solo no puedo comérmela antes de que se pueda caducar. ¿Ya has cenado? – Preguntó con curiosidad.
- Pues la verdad que no. Será un placer ayudarte a comerte esa comida. Mi cocina parece arrasada por una horda de orcos porque no hay nada. Es que hace un tiempo que no he ido a comprar y no me queda mucho la verdad… - Dije algo sonrojada.
- Bueno, pues mejor para los dos. Yo te alimento y tú me ayudas. – Contestó entre risas.
- Sí, algo así. Formamos una especie de simbiosis. Uno hace algo por el otro que es igual de satisfactorio que al revés. Pasa. Si quieres podemos cenar aquí. – Le invité.
- Muchísimas gracias, pero… ¿te funcionará todavía la cocina? Como la has tenido aparcada pues… quizás esté rota.
- Ja…ja…ja… ¡Qué gracioso eres! – Dije.
- Por lo menos te he sacado una sonrisa. – Entonces no pude evitar volver a sonreír. - ¿Ves? Y ahí hay otra.

Y nos pasamos horas y horas hablando, conociéndonos un poco más. Contándonos cosas sin miedos, sin complejos, sin vergüenza. Como dos amigos que se conocen de toda la vida que no se ven desde hace un tiempo y se cuentan las novedades de su vida. Le conté lo que me había pasado con James, no sin derramar alguna que otra lágrima, pero no me sentí avergonzada por ello, al contrario, era como una pequeña descarga. Como si todo lo que tenía dentro lo fuera echando poco a poco, como si me vaciara por dentro, sacando todo mi dolor. Y se nos hizo tarde y nos tuvimos que despedir para reencontrarnos al día siguiente.


Continuará...

5 comentarios: